jueves, 19 de agosto de 2010

Definición epistemológica de la ética y sus consecuencias.

ENSAYO: LA DEFINICIÓN EPISTEMOLÓGICA DE ÉTICA Y SUS CONSECUENCIAS. Crítica posmoderna.

Mtro. Miguel Eduardo Morales Lizarraga.

SUMARIO: 0. RESUMEN. 1. DEFINICIÓN EPISTEMOLÓGICA DE ÉTICA. 2. LA CIENCIA DE LA MORAL O ÉTICA EN SENTIDO CIENTÍFICO. 3. LA MORAL. 4. LA FILOSOFÍA MORAL O ÉTICA EN SENTIDO FILOSÓFICO. 5. PROBLEMÁTICA DE ESTA PERSPECTIVA EPISTEMOLÓGICA DE LA ÉTICA. 6. CONSECUENCIAS.

0. Resumen.

El presente ensayo es una mostración de las peligrosas consecuencias prácticas del modelo teórico y los métodos que están detrás de la definición epistemológica o moderna de la ética, que por tanto se propone como deficiente. El primer apartado hace la aclaración de lo que entendemos por definición epistemológica. El segundo toma arbitrariamente una muestra de definiciones tradicionales en manuales comunes; es arbitraria porque no todos los manuales de nivel no especializado utilizan esta definición. En el tercero se analiza lo que llamamos el problema histórico-semántico que toma por sinónimos a la ética y la moral. En el cuarto se revisa otra definición epistemológica relacionada. El quinto expone la problemática relacionada con estas definiciones y el sexto apartado expone las consecuencias.

1. Definición epistemológica de la ética.

El “orden geométrico” que impone la modernidad indica que, ante un nuevo término que se presenta al conocimiento, lo primero que se debe hacer es definir. El término que tenemos ante nosotros para hacer esta operación conceptuadora y así aprehender el conocimiento del concepto definido, es el término ética, y la primera definición que ensayamos es una definición epistemológica, ya que es el conocimiento de lo que sea el término ética, lo que sea la ética, lo que queremos aprender: queremos definir el término ética para conocer su concepto y saber qué es y qué no es; ponerle límites al término para saber su ser, definirlo.

La definición que ensayamos en primer lugar es una definición epistemológica y habría que dar razón del por qué. Siendo la epistemología la ciencia (o teoría) del conocimiento, resulta conveniente a una primera aproximación para conocer el término ética, hacerlo desde la perspectiva de la ciencia del conocimiento. En segundo lugar resulta que el presente estudio es sobre ética posmoderna y es claro que aquello que sea posmoderno está en relación con aquello que sea lo moderno y de lo cual es posterior. Y resulta que la perspectiva moderna, en términos generales y desde diferentes perspectivas particulares, es la perspectiva del conocimiento, del conocimiento científico, es decir, es, principalmente, una perspectiva epistemológica, una perspectiva de la ciencia del conocimiento científico. Adelantar una definición epistemológica de la ética vale tanto como decir, adelantar una definición moderna de la ética, una definición científica.

Es claro que la tradición occidental de la que somos deudores comienza con los griegos, en específico los presocráticos, y que todo el afán desde ellos hasta nuestros días es el afán por conocer. Pero cuando decimos que la perspectiva de la modernidad es la perspectiva epistemológica, lo decimos en un sentido muy estricto, en el sentido de la pretensión de la certeza objetiva del conocimiento; la aprehensión objetiva y cierta de lo conocido, así como la independencia y la precedencia de la epistemología con respecto a la filosofía. La modernidad pues, pretende certeza y objetividad y para ello revolucionará la epistemología, la manera en que ella, la modernidad, entiende que nosotros, los seres humanos conocemos el mundo con esa certeza y objetividad, y los pasos que hemos de seguir para que esos elementos se produzcan. Sin embargo, conocer no es sólo propio de la modernidad, como hemos mencionado, sino de toda la tradición occidental partiendo de los griegos, por lo que el propio concepto de epistemología de la modernidad hunde sus raíces en lo que entendían los griegos de esta palabra.

Lo que sea la epistemología normalmente se define como la rama de la filosofía que investiga el origen, la naturaleza, los métodos y límites del conocimiento humano; que estudia sus presuposiciones y fundamentos, así como su extensión y validez: la teoría o “ciencia” del método y fundamento del conocimiento; la rama de la filosofía que pregunta “¿cómo sabemos que sabemos?”; el estudio científico (opuesto al filosófico) de las raíces y caminos del conocimiento; etc.[1] Cómo, por qué, para qué y qué podemos conocer; las condiciones de posibilidad del conocimiento humano. Sería entonces la ciencia del conocimiento.

Siguiendo la idea de Juliana González, las etimologías de las palabras no importan por erudición o en sí mismas, sino por la experiencia originaria que pueden expresar de los primeros encuentros del hombre con la realidad.[2] Las palabras “pueden ser portadoras de un saber humano y expresar una experiencia directa del mundo, tanto del mundo externo, como del mundo interior”.[3]Esta idea es, sobre todo, aplicable al lenguaje de la ciencia en general y al de la epistemología en particular, ya que lo que sea la ciencia o la epistemología, tal como la modernidad las entiende, es siempre –casi siempre- como hemos indicado, desde el punto de vista de la tradición occidental que hunde sus raíces en la antigüedad griega.

Así, para tener un adelanto de lo que sea la epistemología y la definición epistemológica de algo, habría que explorar la etimología de la palabra. Y resulta que ésta es un neologismo acuñado en 1856 por el filósofo James F. Ferrier, quien tomó la palabra del griego jónico e1pisth1mh, episteme, “inteligencia; conocimiento, noción; saber; ciencia; destreza; pericia”[4], de “e1pístasqai, epistasthai, saber cómo hacer, entender, literalmente, sobreestar, de epi-, encima, arriba de, e histasthai, estar”.[5] Podría ser que la idea que da la palabra es que, al estar encima de algo, se tiene una mejor vista, visión, contemplación y conocimiento de lo que se está observando desde esa cima. Lo que se observa desde la cima es la realidad, y en lo que se está encima es el instrumento de conocimiento mismo. Este instrumento, esta cima, es la ciencia, la teoría científica que pretende dar cuenta de la realidad. La ciencia produce conocimiento; la epistemología estudia las condiciones de posibilidad de que se produzca ese conocimiento, de que se produzca óptimamente y de certificar que lo producido sea válido. La cima desde la que se conoce la realidad, es la ciencia misma y sus métodos.

Esta idea de estar encima y ver mejor la realidad tiene relación con la experiencia griega de la verdad y la teoría. La experiencia del saber griego, del conocimiento griego, no tiene relación con el sabor, sino con la visión (como en el alemán) y que en la palabra teoría resuena doblemente esta visión que es contemplativa, una visión que observa la realidad y que la puede ver porque ésta está presente en la luz, la luz de la razón, del logos, la presencia.

Conviene ahora hacer alguna precisión acerca de la modernidad y acerca de la afirmación de que la epistemología es la perspectiva propia de la modernidad, es decir, acerca de que el conocimiento y el estudio de las condiciones de posibilidad del conocimiento de la realidad en general y del conocimiento del conocimiento en particular, son la perspectiva propia de la modernidad.

En la modernidad se opera lo que podríamos llamar un giro epistemológico que empieza con el desencantamiento de la razón, la desacralización o secularización de los fueros de la filosofía, la ciencia y la razón. Este desencantamiento tiene sus raíces en Guillermo de Ockham y su famosa navaja: no multiplicar los entes sin necesidad; “no se debe explicar la existencia de una cosa dada empíricamente, imaginando, detrás y más allá de ella, otra cosa cuya hipotética existencia no puede verificarse”.[6] Este es un intento de desmarcarse, des-encantarse de la teología en particular y de la metafísica en general, intento que será muy fructuoso para el avance de la ciencia y del conocimiento, pero que será parcial en el desencantamiento. Pero intento al final que proporciona un nuevo marco epistemológico-metodológico, para poder ver el objeto en sí y no a través de dogmas teológicos/metafísicos. La navaja de Ockham permite pues, “rasurar” las subjetividades dogmáticas y ser objetivo. Con este rasero se limita la razón sí, pero se la corona reina y señora dentro de sus límites, con lo que se pergeñan los dos modelos epistemológicos de la modernidad, el empirismo y el racionalismo. Sin embargo hay que tener en cuanta que ambos privilegian la experiencia, así como también “Es importante subrayar que en estas teorías tanto los datos de la percepción como los principios particulares de la experiencia quedan supeditados a principios universales del conocimiento. Así, si la percepción y la experiencia hablan de la multiplicidad, particularidad o contingencia, los intereses superiores del conocimiento les “reconducirán” hacia los principios de unidad, generalidad o necesidad, respectivamente”.[7]

Lo propio de la modernidad, decimos, la perspectiva propia de la modernidad es epistemológica porque privilegia la objetividad y la certeza, y logra esto mediante métodos que, a través de la experiencia, hacen abstracción de las particularidades y de las contingencias. En palabras de Retes Mate “¿No era proclama de la filosofía moderna el dicho “no prestar atención a nada que no se haya experimentado”?”[8] “… la experiencia es el contenido de la conciencia”[9] y “El objeto de la conciencia (…) reside en el verdadero saber del que se tiene que ocupar (…) la conciencia científica”.[10] Cuando decimos que la epistemología se independiza y precede a la filosofía, decimos que la actitud eminentemente moderna es la del conocimiento científico, que la epistemología es la ciencia por excelencia pues es “la ciencia de la ciencia”, que la modernidad radica en un modelo epistemológico específico que pretende universalidad, objetividad y verdad, y que la filosofía es desplazada a un segundo (o tercer) plano, en el papel de “sirvienta” de la ciencia, que critica o hace análisis lógico formal de sus supuestos y argumentos y clarifica sus conceptos (pereciéndose en este ámbito clarificador, más a la filología que a sí misma). La actitud moderna es una actitud científica, empezando por la ciencia del conocimiento, la ciencia de la ciencia.

No es de extrañar pues, que independientemente del problema de cuando ocurre el inicio de la modernidad, ya sea con Ockham, Descartes, Kant, o Hegel, según las preferencias[11], ésta, “asumió que los procedimientos racionales servían para abordar los problemas intelectuales y prácticos de cualquier área de estudio[12], y esto quiere decir que se puede hacer ciencia, episteme, de cualquier materia, actitud que se reconcentrará en el cientificismo positivista del siglo XIX, y que se manifiesta en las nomenclaturas de las áreas de la ciencia, i.e. biología, ciencia de la vida; sociología, ciencia de la sociedad; jurisprudencia, ciencia del derecho; y, ética, ciencia de la moral. Así pues, la definición epistemológica, científica, positivista y, por tanto, moderna de la ética es “Ciencia de la moral”.

La definición epistemológica de la ética, nos presenta este término, ética, como la realidad a conocer por la ciencia. Y es en este punto donde tropezamos con la primera dificultad, pues al término ética suele significársele en la tradición occidental como “costumbre y, por ello se ha definido con frecuencia la ética como la doctrina de las costumbres”.[13] La ética es la ciencia de las costumbres, la ciencia de la moral, que vale tanto como decir, la ética es la ciencia que estudia la moral, las costumbres, la ética; ¿la ética es la ciencia que estudia la ética, en cuanto moral, costumbres? ¿Ética es igual a moral? Esta confusión tiene dos aspectos, uno histórico-semántico que abordaremos poco más adelante (infra 1.2.) y otro metodológico que tocaremos como la problemática particular de la perspectiva epistemológica de la definición de la ética (infra 1.5.).

2. La ciencia de la moral o ética en sentido científico.

Quedamos entonces hasta aquí, que la definición que da la modernidad, en un sentido epistemológico, de la ética, es una definición acerca del conocimiento científico, claro y distinto, universal, objetivo y cierto, de lo que sea la moral, o de los principios universales y objetivos, los axiomas de toda moral positiva; y quedamos que esto es así porque la modernidad pretende el conocimiento científico positivo de cualquier objeto de estudio. La mayoría de los manuales de ética de uso corriente reflejan esta situación con sus definiciones, veamos algunos ejemplos que escogimos casi al azar, pero que son clásicos de la materia, no sin antes hacer una precisión; no todos los manuales de ética escolares o más especializados establecen a la ética y a la moral como sinónimos pero, haciéndolo o no, la mayoría si identifican a la ética como a la ciencia de la moral o de las costumbres o de la conducta, veamos.

En primer término la definición dada por Mendive en 1890, en pleno apogeo de la modernidad, y agudización de sus características más profundas, cientificismo y positivismo; “Por tanto, si queremos dar una definición nominal de la Ética, debemos decir que es la ciencia de las costumbres; y porque estás costumbres son las que pertenecen a los hombres y no a otros seres cualquiera, fuerza es añadir que la Ética es la ciencia de las costumbres humanas”.[14]

Menciona nuestro autor que es una definición nominal, y que por lo tanto está basada en el nombre, en la etimología de la palabra ética.

Observemos luego la definición que da Adolfo Sánchez Vázquez: “La ética es la teoría o ciencia del comportamiento moral de los hombres en sociedad. O sea, es ciencia de una forma específica de conducta humana.

“En nuestra definición se subraya, en primer lugar, el carácter científico de esta disciplina; o sea, responde a la necesidad de un tratamiento científico de los problemas morales. De acuerdo con este tratamiento, la ética se ocupa de un objeto propio: el sector de la realidad humana que llamamos moral, constituido –como ya hemos señalado- por un tipo peculiar de hechos o actos humanos. Como ciencia, la ética parte de cierto tipo de hechos tratando de descubrir sus principios generales. En este sentido, aunque parte de datos empíricos, o sea, de la existencia de un comportamiento moral efectivo, no puede mantenerse al nivel de simple descripción o registro de ellos, sino que los trasciende con sus conceptos hipótesis y teorías. En cuanto conocimiento científico, la ética ha de aspirar a la racionalidad y objetividad más plenas, y a la vez ha de proporcionar conocimientos sistemáticos, metódicos y, hasta donde sea posible, verificables”.[15]

Caracteriza, Sánchez Vázquez, como la tradición, a la ética como ciencia y anota las características generales que comparte la ciencia ética con la ciencia en general, a saber, que parte de un sector determinado de la realidad que son los hechos o actos humanos que toma como su objeto de estudio; indica además que la ciencia ética trasciende a la moralidad, es decir, no es una simple descripción, sino que al describir, generaliza elaborando conceptos, hipótesis y teorías ordenadas sistemática y metódicamente para alcanzar la racionalidad y objetividad.

Adolfo Sánchez Vázquez es el traductor de un curioso manual de ética o teoría moral de corte marxista, en el que el autor, Shiskhin, indica que “… el ámbito de la moral se convierte también en objeto de estudio por parte de una ciencia especial, de la ética”.[16]

Otro ejemplo proveniente de la doctrina sobre deontología de los servidores públicos: “Antes de empezar a analizar qué es ética es conveniente saber que el término deriva del griego étikos y significa “costumbre”, por ello se define con frecuencia como la doctrina de las costumbres o ciencia de la conducta”.[17]

Sería suficiente anotar un ejemplo más, el que nos proporciona un clásico de nuestras escuelas, Raúl Gutiérrez Sáenz, quien después de dar caracterizaciones generales concluye que “De acuerdo con esto, la Ética sería la ciencia de las costumbres.

“Por tanto, la definición real de Ética es: Ciencia que estudia la maldad o bondad de los actos humanos”.[18]

Estas definiciones dejan al descubierto algunas cuestiones de las que en primer término estaría el punto que hemos anotado y que hemos de subrayar, que la perspectiva de la modernidad es epistemológica, es decir, científica, en donde para cada ámbito de la realidad existe o se intenta que exista una ciencia específica que trate ese ámbito constituido en objeto; en segundo lugar, que existe un ámbito particular de la realidad constituido por la moral, o sea, las costumbres, y que esta puede ser tratada científicamente por una ciencia llamada ciencia de la moral o Ética, en este sentido epistemológico; y, en tercer lugar, que la moral está caracterizada como, nuevamente es menester subrayar, por los hechos y actos humanos que constituyen las costumbres y que, por tanto, la moral son las costumbres. Sin embargo, hemos señalado que un primer problema que salta a nuestra vista es esta redundante caracterización de la moral tanto como de la ética como costumbres y que después a esta última se le caracterice, aparentemente sin ninguna razón como ciencia de la moral, estableciendo que ética y moral son sinónimos y que sólo por un avatar histórico o caprichoso, a la palabra ética se le concedió un nivel superior que a la palabra moral. Nuevamente es importante anotar que no todos los autores toman a la ética y a la moral como sinónimos, pero aun no haciéndolo, no aprovechan las ventajas que pudiera aportar el no hacerlo y por tanto no ven las insuficiencias del enfoque epistemológico; insuficiencias solamente, no inutilidad. Tenemos que abordar el problema histórico-semántico.

3. La moral.

Volvamos a los manuales de uso de ética que hemos tomado como muestra y veamos este problema:

Mendive indica que “Ética en griego es lo mismo que moral en nuestra lengua (…) Las dos palabras ética y moral son nombres derivados de otros (h5qoV y mos), los cuales significan lo mismo que costumbre”.[19]

Shiskhin por su parte indica: “Se acostumbra a entender por moral el conjunto de principios o de normas (reglas) de comportamiento de las personas que regulan las relaciones de éstas entre sí y también respecto a la sociedad, a una clase determinada, al Estado, a la patria, la familia, etc. (…) En este mismo sentido, es decir, como conjunto de normas de comportamiento, también se suele emplear el concepto de “ética”. El empleo de los dos términos para designar un mismo contenido procede de tiempos remotos. El vocablo ética se deriva del griego ethos; la palabra moral, del latín, mos (moris). Ambos vocablos significan lo mismo: “costumbre”, “hábito”.[20]

Gutiérrez Sáenz establece la misma sinonimia entre estos dos vocablos, definiéndolos como costumbres: “La palabra ética viene del griego ethos, que significa costumbre. La palabra moral viene del latín mos, moris que también significa costumbre. Por tanto, etimológicamente, ética y moral significan lo mismo; las dos palabras se refieren a las costumbres, o mejor dicho, a la conducta humana establecida en una época o en una región”.[21]

Este autor introduce otro elemento clásico de estas definiciones, a saber, la dimensión relativa de la moral, su ubicación espacio-temporal y, el ser puestas por el hombre, por lo que cuando se refieren a moral como costumbres, se están refiriendo a la moral positiva, o las morales positivas, relativas a lugar y tiempo.

Ferrater Mora, en su famoso diccionario también sigue la misma línea de la sinonimia entre ética y moral indicando que esta última “se deriva de mos, “costumbre”, lo mismo que ‘ética’ de h5qoV, y por eso a veces ‘ética’ y ‘moral’ son empleados a veces indistintamente”.[22] Acto seguido cita a Cicerón como la fuente de esta sinonimia.

Vemos entonces que la tradición toma ambos vocablos como sinónimos y que entonces cuando definimos ética como ciencia de la moral, valdría lo mismo decir como anotamos más arriba que: la ética, en cuanto ciencia, conoce a la moral, en cuanto costumbres. ¿De dónde viene esta sinonimia, es correcta? La primera parte de esta cuestión la podemos aclarar inmediatamente. La palabra moral[23] fue acuñada, como ya nos señaló Ferrater Mora, por Cicerón en De Fato, II.i: … Porque se refiere a las costumbres, que los Griegos llaman h5qoV, solemos llamar doctrina de las costumbres a esta parte de la filosofía; mas atendiendo al enriquecimiento de la lengua latina, puede denominársela moral.[24] En cuanto a la segunda parte de la cuestión citemos a Sánchez Vázquez para ir aclarándola:

“Ética y moral se relacionan, pues, en la definición antes dada, como una ciencia específica y su objeto. Una y otra palabra mantienen así una relación que no tenían propiamente en sus orígenes etimológicos. Ciertamente, moral procede del latín mos o mores, “costumbre” o “costumbres”, en el sentido de normas o reglas adquiridas por hábito. La moral tiene que ver así con el comportamiento adquirido, o modo de ser conquistado por el hombre. Ética proviene del griego ethos, que significa análogamente “modo de ser” o “carácter” en cuanto forma de vida también adquirida o conquistada por el hombre”.[25]

Sánchez Vázquez indica que ética y moral son y no son lo mismo y que, por tanto, no son sinónimos, sino que son vocablos análogos, en parte iguales y en parte distintos. Ya no son ambos exactamente costumbres, sino que uno es carácter y el otro propiamente costumbre, pero mantiene la igualdad en la comparación al indicar que ambos se refieren a modo o forma de ser o de vida que se adquiere, alcanza o conquista por el hombre. O sea que se adquieren por hábito o actos reiterados en el tiempo que se convierten en costumbres o caracteres del hombre. Ya hay en este autor una distinción, no fundada, entre una forma de ser y una forma de vida, que recuerda a lo que entendía Stuart Mill por etología.

Stuart Mill entiende por etología a la “ciencia de la formación del carácter” que establece a su vez las “leyes de la formación del carácter” y determina “la clase de carácter producido en conformidad con aquellas leyes generales, en cualesquiera circunstancias, físicas y morales”.

Esta confusión semántica entre ética y moral como sinónimos de costumbre, por un lado y ética como ciencia de la moral, es parecida a la que hace notar Tamayo y Salmorán cuando se refiere a la palabra ciencia, que indica tanto la actividad que estudia un objeto, como el producto de esa actividad (ciencia es la actividad de estudiar un objeto i.e. el derecho o la moral o la vida en general, así como el producto de esta actividad, las teorías o leyes establecidas por la ciencia en primer sentido), es la ambigüedad llamada proceso-producto; el ejemplo análogo que indica el Dr. Tamayo es el de la pintura, referida tanto a la actividad artística de pintar como al producto de esa actividad que es la obra de arte o la pintura como objeto producido.[26] En el caso de la ética y la moral, en este sentido, no es esta última producto de aquella, sino más bien, como hemos señalado, su objeto, y su producto son los enunciados generales que se pueden hacer sobre toda moral. Pero también las prescripciones que se deducen de esos enunciados y que a la vez determinan la conducta y por tanto se vuelven parte de las costumbres y por tanto producto-objeto nuevamente de la ciencia de la moral. ¿Es la ciencia de la moral meramente descriptiva o prescriptiva? Tampoco hay consenso en ello y diversas teorías de la moral prescriben conductas y otras sólo describen y tendremos éticas normativas o descriptivas según el caso.

Vemos entonces que la realidad contiene objetos particulares, positivos, mensurables, susceptibles de ser estudiados. En este caso, el objeto de estudio es la moral o las costumbres en tanto actos reiterados en el tiempo que se vuelven hábitos que se erigen en costumbres, y que la ciencia que lo estudia es la ética; asimismo vemos que ética y moral “etimológicamente” o son lo mismo en cuanto a sinónimos, pues significan lo mismo, costumbres, o no lo son y significan cosas distintas, carácter una, costumbres la otra; forma de vida o carácter la ética, normas o reglas la otra, ambas conquistadas por el hábito y susceptibles de ser estudiadas objetivamente por una ciencia que es la ética.

La confusión persiste pues y todavía hay que agregar una más.

4. La filosofía moral o ética en sentido filosófico.

Aun existe una confusión más decíamos; la primera deviene de caracterizar a la ética como ciencia de la moral; la segunda de caracterizar a ambas –o no hacerlo- como sinónimos de costumbre; y, la tercera consiste en que estos autores ejemplares que estamos consultando caracterizan también a la ética como filosofía. Vale la pena recapitular. Primero definimos a la ética desde la perspectiva epistemológica de la modernidad como ciencia de la moral, segundo, vimos que esta caracterización o definición sólo puede ser arbitraria, ya que ética y moral son sinónimos nominalmente (o no los son, pero Sánchez Vázquez no da razón de por qué opina que no lo sean, pareciera que lo da por supuesto), y que, a su vez la sinonimia fue establecida por Cicerón; y ahora encontramos todavía otra caracterización de la ética, no ya como ciencia, no ya como sinónimo de su propio objeto de estudio en esta particular ambigüedad proceso-producto que señala Tamayo citando a Carlos Nino, sino como filosofía moral. Veamos:

Mendive indica que “... hablar de Ética en Filosofía, equivale tratar de Filosofía moral”[27], y acto seguido la califica como la ciencia de la moral. ¿Es ciencia o filosofía o, si es ambas, cómo puede serlo? Sabemos, con la tradición de pensamiento que seguimos, que la filosofía en un principio se caracterizaba como ciencia y que, siguiendo Aristóteles la podríamos definir como la ciencia de todas las cosas por sus causas últimas o primeros principios a la luz natural de la razón; pero también por la misma tradición sabemos que al cabo del tiempo y propiamente en el período de historia del pensamiento que llamamos modernidad, la perspectiva cambió, y de la filosofía se fueron desprendiendo disciplinas autónomas que se ubicaron en el corpus de conocimiento como ciencias y que la reflexión del conjunto se ubicó como el campo de la filosofía, en consonancia con la definición aristotélica. Shiskhin afirma que “En un principio, la ética, en cuanto ciencia de la moral, no se ha desmembrado aún del conocimiento filosófico. Pero, al convertirse en una rama específica del saber filosófico, la ética deja ya de coincidir con la moral”.[28] Veamos: ¿en un principio la ética era parte de la filosofía o no lo era, para después formar una ciencia particular o una rama de la filosofía particular?

Gutiérrez Sáenz indica, como hemos mencionado que la ética es una ciencia, pero inmediatamente después indica igualmente que: “La Ética es una rama filosófica”.[29] Una rama de la filosofía, del área práctica, contrapuesta al área especulativa. Este autor no da razón de esta doble caracterización, ahondando la confusión.

Sánchez Vázquez intenta aclarar y dice: “Al definirla como un conjunto sistemático de conocimientos racionales y objetivos acerca del comportamiento humano moral, la ética se nos presenta con un objeto propio que se tiende a tratar científicamente. Esta tendencia contrasta con la concepción tradicional que la reducía a un simple capítulo de la filosofía, en la mayoría de los casos especulativa”.[30] Y agrega más adelante que:

“A favor de este carácter puramente filosófico de la ética se arguye también que las cuestiones éticas han constituido siempre una parte del pensamiento filosófico. Y así ha sido en verdad (…) Y esto se aplica, sobre todo, al largo período de la historia de la filosofía, en que por no haberse constituido todavía un saber científico acerca de diversos sectores de la realidad natural o humana, la filosofía se presentaba como un saber total que se ocupaba prácticamente de todo. Pero, en los tiempos modernos, se sientan las bases de un verdadero conocimiento científico –que es originalmente físico-matemático-, y a medida en que el tratamiento científico va extendiéndose a nuevos objetos o sectores de la realidad, comprendiendo en ésta la realidad social del hombre, diversas ramas del saber se van desgajando del tronco común de la filosofía para constituir ciencias especiales con una materia propia de estudio, y con un tratamiento sistemático, metódico, objetivo y racional común a las diversas ciencias”.[31] Se entiende entonces que la ética era una rama de la filosofía que, con el advenimiento de esta perspectiva epistemológica, valga decir científica, de la modernidad, se independizó y se convirtió en ciencia y que la circunstancia de que sean palabras sinónimas ética y moral, fue establecida, como ya dijimos, por Cicerón, por lo que, que una designe la disciplina y la otra el objeto de la misma, es una asignación de significados arbitraria que nos provocan, como ha podido verse en lo que va de esta argumentación, confusiones. Acudamos nuevamente a Tamayo y Salmorán para aclarar un punto.

Respecto del derecho, Tamayo nos indica que éste, en cuanto a objeto de la realidad, no es ciencia, que lo que tiene el carácter científico es la ciencia del derecho o dogmática jurídica, también llamada jurisprudencia, y que además existe una rama de la filosofía que se dedica al derecho, esto es, la filosofía del derecho. Tamayo no dice que la ciencia del derecho haya sido antes esta rama de la filosofía; más bien nos proporciona la idea de que existe un objeto de estudio, que este objeto es conocido por una ciencia particular y que además existe una rama de la filosofía práctica que es la filosofía del derecho que tiene la misión de hacer la valoración crítica de los resultados de la ciencia jurídica. ¿Valoración crítica de los resultados de la ciencia?

Esta concepción de la tarea de la filosofía como una valoración crítica de los resultados de la ciencia es también una concepción moderna, y más específicamente cientificista-positivista. Cientificista por la concepción dogmática de que el único conocimiento posible es el científico, postura propia del siglo XIX prolongada en nuestros días; y positivista en el sentido de que la única fuente de conocimiento posible es la experiencia sensible el sentido de la empiria, también propia del siglo XIX y que se prolonga en el positivismo lógico y diversos tipos de materialismo. Esta concepción de la tarea de la filosofía nos da una definición, epistemológica, es decir, moderna, cientificista, positivista de la filosofía; según Raphael “la filosofía es, ante todo, la evaluación crítica de suposiciones y argumentos y, en segundo lugar –pero de hecho, extensamente y con éxito más obvio-, la aclaración de conceptos que desempeñan una función clave en las ideas sometidas a la evaluación crítica”.[32] La filosofía es, crítica de supuestos, crítica de argumentos y clarificación de conceptos.

En este tenor califica a la filosofía del derecho Tamayo y Salmorán cuando indica que “el objeto específico de la filosofía del derecho lo constituye la dogmática jurídica. En otros términos, el examen de los dogmas, y presupuestos que subyacen detrás de los conceptos y métodos de la dogmática jurídica, así como sus implicaciones, constituye la tarea de la filosofía del derecho (…) la filosofía del derecho es tanto análisis conceptual como epistemología crítica.

Lo dicho anteriormente puede ser representado de la manera siguiente:

Nivel

Disciplina

Objetivo

N2

Filosofía del derecho.

Análisis y prueba de los conceptos y métodos de la ciencia jurídica (i.e., de la dogmática jurídica)

N1

Ciencia jurídica

Descripción o explicación del derecho positivo.

N0


Derecho positivo

(N2, N1, N0, corresponden a lenguajes jurídicos diferentes).[33]

Ahora, si aplicamos esto al término que nos ocupa, a la ética, tenemos que la equivocidad del término está en estos tres niveles: ética es sinónimo de moral en el sentido de moral o morales positivas; que ética es ciencia de la moral; y que ética es filosofía moral y rama de la filosofía general.

Nivel

Disciplina

Objetivo

N2

Filosofía moral (ética)

Análisis y prueba de los conceptos y métodos de la ciencia de la moral (i.e., de la ciencia de las costumbres)

N1

Ciencia de la moral (ética)

Descripción o explicación de la moral positiva.

N0

Ética

Moral (morales positivas)

5. Problemática de esta perspectiva epistemológica de la ética.

Nuevamente hay que hacer una recapitulación. En un sentido, ética y moral son sinónimos de costumbres y en otro no, en el sentido de que la primera es modo de ser y la segunda modo de vida, según la distinción de Sánchez Vázquez, pero ambos son puestos, en el sentido de adquiridos o conquistados o alcanzados por el hombre. En otro sentido, la moral es el objeto de estudio de la ética como ciencia y en un último sentido la ética es la filosofía que evalúa críticamente los resultados obtenidos por la ética como ciencia, o sea, es una epistemología crítica, lugar al que la a relegado la ciencia moderna en su versión más acabada del positivismo lógico. A nuestro parecer es una triple equivocidad proveniente de una mala interpretación –o por lo menos parcial- de los significados originarios. Pero la gravedad está en la propia perspectiva de la modernidad al tomar estos significados de manera poco profunda y confundirlos, en la creencia ciega de la modernidad en que se puede encontrar en todos los campos una única respuesta posible con toda necesidad, objetividad y universalidad.

Al principio de estas líneas comentamos que el “orden geométrico” que impone la modernidad nos compelía a definir. El modelo teórico que la modernidad llevó a un gran grado de refinamiento y también hasta sus últimas consecuencias, está tomado de la geometría euclidiana, que a su vez es una aplicación del modelo de lógica formal que establece Aristóteles en los segundos analíticos de su Organón.[34] Obviamente este modelo se basa en las consabidas leyes de la lógica: identidad, no contradicción y tercero excluso. Igual de obvio es que el modelo se construye a través de la inducción y la deducción, y que esto se hace mediante las llamadas operaciones conceptuadoras, definir, dividir, clasificar. Es un lugar común referirse a la Ética demostrada según el orden geométrico de Spinoza como ejemplo de lo dicho. Pero no es sólo un ejemplo del modelo teórico de la modernidad y de sus pretensiones totalizadoras, sino que en el caso del tema que tratamos es el ejemplo a seguir, o más bien a no seguir. Bien sabidas son también las consecuencias del sistema de Spinoza, es decir, el determinismo fuerte en que termina su sistema y el totalitarismo (absolutismo) que se puede seguir de él.

Así como Euclides es heredero de Aristóteles en cuanto a la estructura de su modelo, Spinoza lo es de Descartes. La obra paradigmática del segundo para la modernidad y con la que empieza la misma según su propia tradición es el Discurso del método de 1637; la del primero que hemos mencionado ya, es de 1677. Descartes establece, a través de sus obras y principalmente en las científicas, los ideales de una mathesis Universalis –la idea de una ciencia universal-, así como el ideal de la ordenación de la taxonomía, a través de la propuesta de su famoso “plano cartesiano” y la geometría analítica.[35] Esto quiere decir que la modernidad toma de Descartes la idea de que la ciencia puede –mediante la deducción lógica formal a partir de un puñado de axiomas establecidos por su evidencia ya racional, ya experiencial- describir todo el universo, por un lado, y por el otro, el ideal de clasificación y ordenación de ese universo dado por el “plano cartesiano” y la clasificación género-especie.

Estos métodos, reglas y sistemas geométricos, analíticos y matemáticos, funcionan muy bien con la naturaleza puesto que establecen las relaciones necesarias entre los objetos de la misma, es decir, son sistemas que funcionan bien con enunciados apofánticos y apodícticos, que no admiten contradicción; pues cuando aparece un enunciado contradictorio, el principio de no contradicción lo elimina como falso inmediatamente al comprobar la verdad del otro enunciado. Pero no lo son para los asuntos humanos y no lo son ciertamente para la ética y la moral, en donde la variabilidad y la relatividad encasilladas llevan en su extremo a los determinismos del tipo en que cae Spinoza. Veamos esto un poco más claramente.

Las reglas de la lógica establecida por Aristóteles indican que, en primer término, se debe hacer abstracción de las particularidades de los objetos que se pretenden estudiar, es decir, hacer abstracción de la diferencia y centrarse en las similitudes para poder hacer la generalización inductiva y establecer principios o axiomas. Estos objetos de los que se pretende generalizar los principios son clasificados de acuerdo con las reglas de la calcificación de las operaciones conceptuadoras –mismas que se llevan al extremo en la taxonomía. Cuando, por alguna razón, se encuentra un objeto, ya sea en la clasificación inicial o en las deducciones a partir de los principios establecidos, a su vez, a partir de la calcificación inicial, que no es susceptible de ser apofánticos o que entra en contradicción con el resto de los objetos, es eliminado por principio de contradicción o segregado en otra clasificación, y en última instancia invita a revisar todo el sistema y a agregar nuevos principios o axiomas que posibiliten su inclusión. Pero esto es en última instancia. Es decir, o se elimina la diferencia homogenizando el objeto ubicándolo dentro del sistema de calcificación establecido, o se elimina eliminando el propio objeto, o, solución menos frecuente, se aumentan los presupuestos de clasificación para incluir la diferencia.

El problema que esto conlleva es sólo evidente con toda su fuerza y consecuencia cuando entramos al terreno de la ética y de las elecciones libres fundadas en las diferencias de preferencia de los seres humanos, fundadas a su vez en las diferencias propias entre los hombres y sus circunstancias particulares. Sabemos que la modernidad opera un paso de “un estilo de filosofía que trata con el mismo rasero, por un lado, las cuestiones prácticas de índole local y temporal, y, por el otro, la teoría universal y atemporal, a otro estilo de filosofar que erige los asuntos de teoría universal y atemporal en los únicos capacitados para ocupar un lugar destacado en la agenda de la filosofía”[36]; se pasa de lo oral a lo escrito, de lo particular a lo universal, de lo local a lo general, de lo temporal a lo atemporal[37]; se pasa de lo oral a lo visual, de lo cualitativo a lo cuantitativo, de lo analógico a lo disyuntivo.[38]

El reino de la moral, de la moral positiva, es el reino de la diversidad, de la variabilidad, de lo desigual, de lo análogo; lo que sea moral depende de circunstancias de tiempo y espacio; es el reino de la subjetividad y existirán, en este tenor, tantas apreciaciones morales como sociedades e inclusive como individuos existan; cada sociedad particular, cada subjetividad individual tendrá su propia moral, en el extremo. Encontramos que lo que es moral en uno es inmoral en otro, lo que es valioso en un lugar y un tiempo determinado deja de serlo en otro tiempo y en otro lugar. Pruebas suficientes de ello han dado las teorías sociológicas climáticas, como la de Montesquieu en El espíritu de las leyes o en ese primer tratado de sociología jurídica que representan las Cartas persas. Encontramos entonces morales encontradas, contrarias, valores encontrados y excluyentes que invitan a la disyunción y aplicación del principio de no contradicción. Ninguna opción moral es evidente, no se puede ver objetivamente, pues no tienen referente empírico, es decir, no se refieren a hechos irrefutables, o apodícticos e inamovibles de la naturaleza, sino que si acaso, se refieren a intuiciones o a emociones o a perspectivas de estados mentales o emocionales del sujeto, y por tanto, son subjetivas. El reino de la subjetividad, el reino de lo variable y de lo contradictorio no es el reino de la ciencia y de la filosofía modernas, de las que les es propio la universalidad y la objetividad, lo absoluto, por contrario de lo relativo, etc., como ya hemos señalado.

Cuando nos encontramos ante esta gran variedad contradictoria entre valores –opciones morales- y nuestra herramienta es la ciencia moderna basada en la lógica formal, nos vemos enfrentados a un dilema; en palabras de Enrique Serrano: “Dicho dilema consiste en que al tratar el tema del significado del lenguaje normativo desde la perspectiva referencialista nos vemos obligados a postular la existencia de un orden metafísico que determina la distinción entre “bien” y “mal”, con independencia de la voluntad de los hombres, o a reducir el lenguaje normativo a ser una simple expresión de sentimientos subjetivos”.[39] Este dilema quiere decir, por un lado que, al postular un orden metafísico, un criterio de valor absoluto y trascendente con el cual pasar a rasero los demás valores, no resolvemos el problema, sino que lo duplicamos, pues tenemos un nuevo valor que encontrará valores en contrario o sea, que encontrará otras postulaciones metafísicas y absolutas de valor. Igualmente y más grave son las consecuencias prácticas de la postulación de un valor como metafísico y árbitro de los demás valores, que excluirá los que le sean contrarios, y es que en última instancia, sólo será imponible mediante la fuerza, y ganará el valor metafísico o dogmático que tenga el poder, la fuerza de imponerse a los otros sojuzgándolos, sometiéndolos y/o eliminándolos. Y si los valores son subjetivos, sostenidos íntimamente por un sujeto o grupo, lo que se elimina no es el valor, sino el derecho de sostener ese valor, de creer en él (tan dogmáticamente acaso como la creencia en el valor que si se pudo imponer, creando resentimiento y afán de venganza) y/o eliminando al o los sujetos que lo sostienen. Y por otro lado, si no postulamos –un tanto o un mucho arbitrariamente- un sólo valor como absoluto (que sólo será sostenible por las bayonetas, disfrazando un irracionalismo de ultrarracionalismo), supremo criterio de descarte entre lo que es valioso o no, lo que es verdadero o no, y nos vamos al otro extremo del cuerno del dilema, a la “simple expresión de sentimientos subjetivos”, caemos en el mundo del relativismo extremo. Tal como sostiene Dostoievsky en Los hermanos Karamasov “Si no existe Dios, todo está permitido…”;[40] si no existe un criterio absoluto de valor que descarte qué es y qué no es valioso, todo se vale, es decir, todo vale por igual y valdría tanto como decir, nada vale. El camino del relativismo –que es el camino que inicia sanamente en el escepticismo-, puede derivar en el nihilismo, y este en la desesperanza y en la desesperación, la nada, la nausea sartreana. O llevar por la puerta trasera del relativismo “absoluto”, al absolutismo y la arbitrariedad.

Como es fácil observar, los métodos tradicionales de la modernidad aplicados a la moral en forma de ética, nos llevan a un dilema en el que cualquiera de las soluciones es peligrosa en términos prácticos y existenciales, es decir, sus consecuencias son de vida o muerte; sin afán dramático –la realidad contemporánea se encarga del drama- literalmente de la vida y la muerte de millones de seres humanos. Nos encontramos ante un Escila y Caribdis, y ambos son monstruosos.

6. Consecuencias.

El modelo teórico y los métodos propios de la ciencia moderna han llevado al encumbramiento y a la hegemonía de un sólo criterio de valor, el visual, cuantitativo, disyuntivo, excluyente, y por lo tanto, a la imposición de metas de vida –y por tanto- de formas de vida y de ser fundadas en ello. Con la postulación platónica de un mundo ideal en donde existe un criterio de valor absoluto y último llamado “bien”, que contiene en sí otros valores como la belleza, la verdad y la justicia, se abrió la puerta a la arbitrariedad y al engaño (por supuesto no es que creamos que esta era la intensión de Platón, ni mucho menos, pero es la consecuencia de la perversión de sus ideas), al encumbramiento de una cultura afirmativa que impone obligatoriamente como único y absoluto valor el éxito material y la capacidad de consumo, e impone también variados fetiches mediatizadotes como signos distintivos de haberlos alcanzado.[41]

Los ideales de la cultura occidental concretados y sublimados en la cultura de la modernidad, llevados al extremo por los herederos de la burguesía y de los trust imperiales decimonónicos, se han elevado al papel de obligatorios para todos por ser supuestamente universales. Un poco de historia. La reconstrucción de la cultura occidental fue operada por la revolución francesa encarnada en sus beneficiarios, la burguesía, o la clase comerciante. La receptora, heredera y continuadora de estos beneficios, lo que llamamos la ideología liberal, es la cultura norteamericana-europea contemporáneas y su nueva cara o versión, el neoliberalismo –imperialismo financiero, colonialismo de capital y esclavitud de consumo. La cultura afirmativa toma a su vez una nueva cara, pues la imposición de un grupo de valores (tan subjetivos y relativos, tan opción moral como cualquiera otros) como obligatorios para todos se pone la máscara de la globalización. Ésta no es otra cosa que la hegemonización –homogenización-, la estandarización, la igualitarización de los valores; la exclusión y eliminación de los valores contrarios a los afirmados como absolutos y obligatorios. La ya mencionada taxonomía derivada del plano cartesiano, permite la clasificación y esta a su vez la identificación de los valores u opciones morales distintos de los afirmados –y ahora hay que agregar, afirmados coactivamente lo que en el derecho moderno vale tanto como decir jurídicamente-, lo que permite su manejo, administración y control, es decir, su ortopedia, su absorción y homogenización. Pero en el caso, muy frecuente, de que el valor que se pretende absorber, homogenizar, se revele afirmándose también como absoluto, la taxonomía propicia y favorece la exclusión y la eliminación, y prevalecerá aquel valor que tenga la fuerza coactiva suficiente para imponerse, es decir, que tenga el poder, las armas, los útiles, los instrumentos para hacerlo.

Frente a la diversidad de culturas y la pluralidad de valores (multiculturalismo pluralista); frente a la riqueza de opciones morales, de formas de ser y de formas de vida, se impone una como la única absoluta, objetiva, universal, buena, verdadera y bella.

Ballesteros afirma que: “El hombre blanco se ve a sí mismo como sujeto situado en el Belvedere y contempla a los demás como puros objetos. Por ello, la superación del etnocentrismo requiere la recuperación del conocimiento basado en la simpatía y la connaturalidad con lo que se desea conocer, introduciendo la dimensión del tú, frente al puro objetivismo de la Modernización”.[42]

Esta manera de afirmar unos valores, que propicia la exclusión y la eliminación de los valores diferentes, contrarios, propicia por lo mismo la homogenización. Cuando se homogenizan criterios pseudoabsolutos como los de la cultura imperante el resultado es lo que Ritzer llama “macdonalización”[43] –con sus principios de eficacia, cálculo, predicción y control- automatismo y autismo. En física contemporánea, la homogenización de la energía y la temperatura, su distribución uniforme en el universo, la entropía, significará tal vez enfriamiento y contracción, y por lo menos destrucción de lo conocido tal como conocido. Pero este proceso de entropía moral y ética, política y jurídica, económica, a lo único que puede llevar, y ha llevado, es a la destrucción de millones de seres humanos, la destrucción y extinción de culturas enteras y, eventualmente a la destrucción de la misma humanidad más anticipadamente de lo que el propio universo nos tendría previsto. Las mismas leyes que predicen la entropía universal –de las que parece una sombría metáfora la entropía social o moral- parecen predecir también la poca sustentabilidad del consumo, máxime si este es irracional y voraz. La racionalidad moderna se nos muestra brutalmente irracional en el campo de la ética por la exclusión de la inclusión, la afirmación de lo mecánico y lo homogéneo, la negación de lo paradójico y lo contradictorio. Queda claro siempre que no todo puede valer, que existen límites éticos que la humanidad debe conocer y construir a la vez, pero, más allá de los formalismos kantianos del imperativo categórico de contenido variable, habrá que buscar el criterio de valor más allá de cualquier valor, revitalizando de alguna manera el sueño de anclarlo en el ser, y comprendiendo que así como no existe ningún valor en el mundo de los hechos, en el mundo de los valores no se encontrará el criterio de valor para medirlos, pues el criterio de valor mismo no es –y es de una manera particular- un valor. La diversidad y la pluralidad aun en la contradicción y la paradoja son la clave de la supervivencia de la humanidad como especie y la proliferación de la cultura en una multiplicidad de culturas son la clave de la humanización de esa humanidad.

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23. TOULMIN, Stephen. Cosmópolis. El trasfondo de la modernidad. Barcelona, Península, 2001.



[1] “a branch of philosophy that investigates the origin, nature, methods, and limits of human knowledge; that studies the nature of knowledge, its presuppositions and foundations, and its extent and validity; The theory or science of the method or grounds of knowledge; asks the question “How do we know what we know?”; the scientific (as opposed to philosophical) study of the roots and paths of knowledge is epistemics (1969)”. epistemology (epistemología). Dictionary.com. Online Etymology Dictionary. Douglas Harper, Historian. http://dictionary.reference.com/browse/epistemology (accessed: February 21, 2009).

[2] GONZÁLEZ, Juliana. El Ethos, destino del hombre. 2a. ed. México, UNAM, FCE, 2007, p. 9.

[3] Idem.

[4] PABÓN S. de Urbina, José M. Diccionario Manual Griego. Griego clásico-Español. 18ª. ed. España, Vox, 2004, p. 243. e1pisth1mh. Las cursivas y el subrayado es nuestro.

[5] Epistemology (epistemología). Dictionary.com. Online Etymology Dictionary. Douglas Harper, Historian. http://www.etymonline.com/index.php?l=e&p=8 (accessed: February 21, 2009).

[6] GILSON, E. La unidad de la experiencia religiosa. 2ª ed. Buenos Aires, Ed. Rialp, 1966, p. 94.

[7] REYES MATE. MEMORIA DE OCCIDENTE. Actualidad de pensadores judíos olvidados. Barcelona, Anthropos Editorial, 1997, p. 181.

[8] Ibid. p. 178.

[9] Ibid. p. 179.

[10] Idem.

[11] “Unos fechan el origen de la modernidad en 1436, año en que Gutenberg adoptó la imprenta de tipos móviles; otros, en 1520, año de la rebelión de Lutero contra la autoridad de la Iglesia; otros, en 1648, al finalizar la Guerra de los Treinta Años; otros en 1776 y 1789, los años en que estallaron las revoluciones americana y francesa respectivamente; mientras que, para unos pocos, los tiempos modernos no empiezan hasta 1895, con La interpretación de los sueños de Freud y el auge del “modernismo” en bellas artes y literatura”. TOULMIN, Stephen. Cosmópolis. El trasfondo de la modernidad. Barcelona, Península, 2001, p. 27. La tradición la sitúa en la fecha de publicación del Discurso del Método de Descartes, en 1630, y los frutos visibles de la misma hasta la segunda mitad del siglo XIX.

[12] Ibid. p. 35.

[13] FERRATER MORA, José. Diccionario de filosofía. Barcelona, Ariel, 1994, tomo e-j, p. 1141.

[14] MENDIVE, José. Elementos de ética general. 2ª ed. Valladolid, Imprenta y Librería de la Viuda de Cuesta e Hijos, 1890, p. 3. Cursivas en el original.

[15] SÁNCHEZ VÁZQUEZ, Adolfo. Ética. México, Grijalbo, 1969, p. 22.

[16] SHISKHIN, A.F. Teoría moral. Trad. Adolfo Sánchez Vázquez, México, Ed. Grijalbo, 1970, p. 15.

[17] CANTARELL GAMBOA, Melvin. Ética y deontología del servidor público. México, Hobbington, 2001, p. 23.

[18] GUTIÉRREZ SÁENZ, Raúl. Introducción a la ética. 8ª ed. México, Esfinge, 2006, p. 14.

[19] MENDIVE. Op. Cit.

[20] SHISKHIN. Op. Cit. p. 9.

[21] GUTIÉRREZ SÁENZ. Op. Cit.

[22] FERRATER MORA, José. Op. Cit. Tomo K-P, p. 2460.

[23] Moral. Dictionary.com. U.S. Gazetteer. http://dictionary.reference.com/browse/moral (accessed: February 21, 2009). http://www.etymonline.com/index.php?l=m&p=21

[24] CICERÓN, Marco Tulio. Del Hado. Obras completas de Marco Tulio Cicerón, T.V. (en línea), México, Instituto de Investigaciones Jurídicas, consulta del 22 de febrero de 2009, http://info5.juridicas.unam.mx/libros/2/786/11.pdf, p.2.

[25] SÁNCHEZ VÁZQUEZ. Op. Cit. p. 23.

[26] TAMAYO Y SALMORÁN, Rolando. Elementos para una teoría general del derecho. (introducción al estudio de la ciencia jurídica. 2ª ed. México, Themis, 2003, p. 232 y ss.

[27] MENDIVE, José. Op. Cit., p. 3.

[28] SHISKHIN. Op. Cit. p. 15.

[29] GUTIÉRREZ SÁENZ. Op. Cit. p. 17.

[30] SÁNCHEZ VÁZQUEZ. Op. Cit. p. 24.

[31] Ibid. p. 25.

[32] RAPHAEL, David Daiches. Filosofía moral. México, FCE, 1986, p. 24.

[33] TAMAYO Y SALMORÁN. Op. Cit. p. 276-277.

[34] Cfr. TAMAYO Y SALMORÁN, Rolando. Razonamiento y argumentación jurídica. México, IIJ-UNAM, 2004.

[35] Cfr. FOUCAULT, Michel. Las palabras y las cosas. 31ª ed. México, Siglo XXI, 2004, p. 77 y ss.

[36] TOULMIN, Stephen. Op. Cit. p. 52

[37] Ibid. p. 60 y ss.

[38] BALLESTEROS, Jesús. Posmodernidad. Decadencia o resistencia. Madrid, Tecnos, 1994, p. 17 y ss.

[39] SERRANO GÓMEZ, Enrique. Ética e intersubjetividad. México, CIICH-UNAM, 1998, colección Conceptos, p. 12.

[40] Cfr. GONZÁLEZ, Juliana. Ética y libertad. 2ª ed. México, UNAM-FCE, 1997, p.229 y ss.

[41] Cfr. MARCUSE, Herbert. Cultura y sociedad. Acerca del carácter afirmativo de la cultura. Buenos Aires, Sur.

[42] BALLESTEROS, Jesús. op. cit., p. 120. Agrega: “Es necesario amar para juzgar rectamente”.

[43] Cfr. RITZER, George. La macdonalización de la sociedad: un análisis de la racionalización de la vida cotidiana. Barcelona, Ariel, 1996.

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