domingo, 23 de octubre de 2016

La justicia y el resentimiento. Ponencia del 6 de octubre de 2016. V Coloquio de Retórica, Hermenéutica y Argumentación Jurídica. Facultad de Derecho, UNAM.



La justicia y el resentimiento.
Mtro. Miguel Eduardo Morales Lizarraga.
Ponencia presentada en el V Coloquio de Retórica, Hermenéutica y Argumentación Jurídicas. “la dimensión emocional en la argumentación jurídica”, el 6 de octubre de 2016. Facultad de Derecho, UNAM.
Una figura que me ha sido útil en mis investigaciones, movidas más por la propia angustia existencial de búsqueda de sentido que por curiosidad intelectual o academicista, es la del ser humano como un sistema dialéctico binario.
Es sistema pues es una estructura funcional, un conjunto de relaciones, líneas de ida y vuelta con diferentes niveles de exterioridad e interioridad –mesetas del ser- de comunicación consigo y el exterior, la otredad, que de tanto transitarse y cruzarse forman nódulos que van determinando otras tantas formas de relacionarse. Nódulos que son cambiantes a su vez por la redeterminación de la exterioridad.
Digo dialéctico, pues opera aperturas y cierres. No es un sistema cerrado, aunque puede cerrarse y se cierra, ni un sistema abierto, aunque se abre a la expresión y comunicación. Funcional en el sentido de que se mantienen esas aperturas y cierres permanentes que permiten seguir abriéndose y cerrándose a la información y al procesamiento de la información. Se abre en la comunicación que le permite una común unión con la otredad y se cierra en la reflexión enriquecedora, en la soledad del autoconocimiento.
También dialéctico en el sentido de que está en constante contradicción con el mundo y en constante adaptación, redeterminación, acomodo con él. La otredad, en general, el otro en particular, regularmente juega de antítesis a lo que es y quiere ser; a su voluntad y deseo, y debe hallar la vía negociada, razonada y razonable, para su adaptación del mundo y al mundo.
Por ello, es binario. La otredad está siempre presente o debe estarlo para la funcionalidad del sistema, otredad que inclusive se prolonga en la interioridad como una instancia que permite el funcionamiento aún en soledad. El “otro que yo”, rocouriano y levinasiano con el que dialoga en sus adentros para acomodar la información, la experiencia con la cual continuar al siguiente día. La otredad es tan absolutamente necesaria que se interioriza.
La otredad es absolutamente necesaria, pero no cualquier tipo de otredad, sino una otredad que, por decirlo con la fenomenología poética de Levinas, “acaricie”. La mano que acaricia siempre es una mano abierta que no impone, pero que muestra límites. El niño que no tiene límites o que es limitado en exceso será con toda probabilidad un impotente. La mano que no muestra límites, la mano que impone, deja de acariciar, se cierra para dominar, aspecto éste de la posesión. Y en su cierre se transforma en puño, lista para exprimir o asestar el golpe.
Le dice al niño, “se más, eres más, tienes que ser más, tú vales más que los demás y tienes que imponerte sobre los demás”; o, por el contrario, “eres menos, tienes que ser menos, no vales nada, todos son más que tú”. De una u otra forma, el ser es sometido a la impotencia, ya de la alta expectativa de sí inalcanzable en todo momento, ya de la nula expectativa de sí al garete de la expectativa de los demás.
La otredad se interioriza como opresión, como huella de dolor, como resentimiento. Lo que se aprende, regularmente es a oprimir a violentar, resuena Bécquer ¿por qué acusarme? ¿Puedo dar más de lo que a mí me dieron?
En cualquiera de sus versiones el sistema se cierra, ya no en el cierre enriquecedor de la reflexión que piensa sus relaciones con los demás, sino en el cierre egocentrado que no puede resolver sus relaciones con los demás, más que a través de la relación de dominio opresivo. El golpe deja una herida, y la mano que golpea no ha mostrado las herramientas para procesar en la reflexión y soltar el evento hiriente, la resiliencia necesaria para sanar y seguir funcionando.
Atrapado en sí mismo con la herida que no cierra, que supura todo el tiempo, acontece el resentimiento, el sentir y volver a sentir, la impotencia, la frustración, el miedo a no poder, la ira para transformar la impotencia en dominio, el odio de sí y del otro.
Es menester hacer mención aquí de la dialéctica del amo y el esclavo en su versión de opresor y oprimido. Maltratador y maltratado, victimario y víctima, chingón y chingado.
En la versión hegeliana, el esclavo ha luchado con el amo y ha perdido, ha tenido miedo a la muerte y se somete. Queda sometido en la espera de asesinar al amo y liberarse, o mejor aún, de tener algún día el valor suficiente para intimidar tanto al amo que se le someta transformándose él, en amo. Sólo la toma de consciencia de su capacidad transformadora del mundo le puede revelar su libertad como intacta aún, en el sometimiento al amo, y le revela a la vez que el amo es dependiente de él en su inutilidad e incapacidad de servirse a sí mismo.
En la versión freiriana, no hay opresores y oprimidos, hay opresión, misma que somete a ambos extremos de la relación disfuncional. El oprimido tiene tan interiorizada la figura del opresor que, cuando logra su liberación, regularmente por medios violentos, no logra superar la relación de opresión y se convierte en opresor.
De la misma forma acontece en las relaciones de violencia, por ejemplo, entre pareja, o en las relaciones delictivas, delincuente, víctima del delito. Regularmente no existen las herramientas –no hubo una mano que acariciara- para resolver, queda el rencor, el resentimiento, el deseo de venganza que, a la menor oportunidad convierte al maltratado en maltratador y a la víctima en victimario.
Demasiadas veces –y eso que nunca me he dedicado al derecho penal- he visto este proceso, por ejemplo, como espectador de un movimiento ampliamente reconocido de víctimas de la delincuencia que lucha por la paz y la justicia, a mi parecer, perdió la iniciativa cuando algunas de las víctimas de la violencia no pudieron hacer el proceso de resiliencia, cerradas en su dolor y cegadas en su sed de venganza. Comprensible.
Octavio Paz describe una parte del carácter y cultura del mexicano a través del concepto mítico de la chingada, como la madre violada. No sólo es propio este concepto de la cultura mexicana, sino que en general, el dolor y resentimiento de la conquista pervive en los pueblos hermanos de Latinoamérica, los indígenas, los oprimidos de múltiples caras, los desiguales, los desplazados económica y físicamente, discriminados socialmente, culturalmente; muchos conservan la opresión en su seno, a espera de ejercerla. Cito esta parte de las famosas palabras de “El Laberinto de la Soledad”:
“Lo chingado es lo pasivo, lo inerte y abierto, por oposición a lo que chinga, que es activo, agresivo y cerrado. El chingón es el macho, el que abre. La chingada, la hembra, la pasividad pura, inerme ante el exterior. La relación entre ambos es violenta, determinada por el poder cínico del primero y la impotencia de la otra. La idea de violación rige oscuramente todos los significados. La dialéctica de "lo cerrado" y "lo abierto" se cumple así con precisión casi feroz.” Fin de la cita.
Marion Young define la opresión como una injusticia sistémica, estructural, que es ejercida por un grupo, dominante, pero no, o no sólo de manera directa sino también indirecta, culturalmente, sobre un grupo oprimido. Esta opresión tiene en su concepción cinco caras que parafraseo: la carencia de poder, en la que a un grupo se le separa del ejercicio de su poder como seres humanos y de la participación política en la toma de decisiones; la marginación en la que hay exclusión además del sistema de reparto de bienes y servicios, de los beneficios y satisfactores sociales elementales; la explotación, en la que también son separados de los bienes y servicios, beneficios y satisfactores que ellos mismos producen; el imperialismo cultural, en el que se obliga a dicho grupo a adoptar la forma de vida del grupo dominante para ser reconocido o la forma de vida que el grupo dominante regula debe tener el oprimido; y claro, la violencia, que es ya directamente herir, humillar, lastimar, desintegrar e inclusive suprimir. Desintegración no sólo física, violencia no sólo física, sino psicológica y hasta existencial.
El derecho moderno –lo he compartido en otras ediciones de este mismo coloquio- es un derecho que se forma en las transformaciones de las revoluciones liberales y que, consecuentemente, responde a los intereses de la clase social que se convierte en dominante y capaz de poner el derecho y hacerlo pasar como universal. Un derecho diseñado para proteger transacciones comerciales y acumulación de capital, no para proteger personas.
Este derecho se engarzó muy bien con la transformación de la cultura de occidente, que de un modo u otro siempre ha sido cultura afirmativa, siguiendo la definición de Marcuse, pero que en la época de posguerra se transformó en todo un sistema cultural, el sistema capitalista de consumo adictivo.
Así, aquellos derechos consagrados en las constituciones liberales y las siguientes generaciones de derechos, se vuelven mera ideología. La membresía a la humanidad, como objeto con la inherencia de dichos derechos, no es ser humano, es ser consumidor. Y si no se es consumidor se es consumible. La cultura afirmativa obliga a consumir para hacer el reconocimiento de humanidad.
Los oprimidos, excluidos, explotados, marginados, violentados socialmente, se ven todo el tiempo, presionados para alcanzar el estándar de reconocimiento que está mediatizado por el consumo, sobre todo por el consumo suntuario y, al no poderlo alcanzar, pues el sistema inclusive está diseñado para que no todos lo puedan hacer, terminan resentidos. Son los chingados del sistema que esperan, en su resentimiento, tener la oportunidad de chingar, de trastocar su carencia de poder en dominio y oprimir a su vez, tomar, arrebatar, aún de manera violenta y criminal, lo que les es obligado desear, pero les es impedido alcanzar.
Al tiempo que reflexionaba sobre el tema que elegí presentarles hoy y me preparaba para escribirlo y poder leérselos, se atravesó una noticia desventurada. El acuerdo de paz de Colombia no alcanzó la mayoría de aprobación de la población. En realidad no alcancé a leer las editoriales y opiniones que analizan las posibles causas, pero yo especularé una: el resentimiento. Alcancé a leer un encabezado que decía más o menos así: “Colombia no le dijo que no a la paz, le dijo que no a las FARC”, la guerrilla que perdió todo sentido de lucha social y se convirtió en una pesadilla no sólo para la clase social que combatía o decía combatir sino para todo el pueblo, sobre todo para el pueblo que decía representar.
Muy probablemente el reclamo sea de justicia ¿pero de qué tipo de justicia estamos hablando? Muy probablemente sea justicia vindicativa, justicia retributiva, justicia de venganza, primitiva en su talión (“ojo por ojo y el mundo quedará tuerto”). Probablemente se ha perdido, por lo pronto, la oportunidad de aplicar una justicia transicional que en la experiencia de otros países de la región ha resultado tan provechosa para transitar, como su nombre lo indica, a una justicia restaurativa. Más vale un mal acuerdo, dicen, que un buen pleito.
El resentimiento mata más personas que todo lo demás, las balas se disparan más por resentimiento que por legítima defensa. Por voluntad de dominio, de dominar y oprimir o mantener la relación de opresión. Cuando el resentimiento dice “ni perdón ni olvido”, creo yo que comete un grave error. El proceso de perdón en la resiliencia no es, o no solo es para el victimario, es inclusive, de la víctima para consigo misma, perdonarse por ser víctima.
Pensemos ahora en la transición exitosa de Sudáfrica, de un sistema altamente opresivo, de exclusión y marginación y las demás caras de la opresión pues siempre acontecen todas juntas ¿cuál fue la política de Mandela? Política del perdón y del reconocimiento. No se trata de que el criminal u “ofensor” como se da en llamar en la justicia restaurativa se salga con la suya. Se trata de eliminar el resentimiento, el resentimiento que queda en la víctima, el resentimiento que trae el agresor, resentimiento social por ser marginado de lo que por otro lado se le obliga a tener para reconocerlo, y el resentimiento que guardará con encono por ser castigado sin un verdadero proceso de reparación social. Proceso que nuestra justicia, que nuestro país, dista muchísimo de logar.
Llamo ahora su atención a eventos más terribles, imperdonables. Está aconteciendo un verdadero genocidio de género en el Estado de México, principalmente; los desaparecidos aumentan, la criminalidad en general parece que también y el revanchismo social está a la alta. Amanecimos esta semana con terribles noticias que ensombrecieron a nuestra facultad como comunidad.
Ante esta ola de violencia, el resentimiento social crece y el reclamo de “justicia” si es que la justicia retributiva puede ser plenamente por lo menos justicia, llega hasta la desesperación. Circula en redes sociales un “meme” que llama a un “Pacto ciudadano. Si hacen justicia frente a mí, no vi nada, no escuché nada, no sé de qué me hablan. Por un México sin rateros”. La directa es contra la corrupción y la impunidad.
Circula otro “meme” en el que un niño le pregunta a su padre: “–¿Si matamos a todos los ladrones quedaríamos sólo los buenos, papá? –No hijo, sólo quedaríamos los asesinos”.
Qué difícil, ante el resentimiento, explicarle a los resentidos que los derechos humanos, no debieran, fuera de sus usos ideológicos como el que he señalado con anterioridad, instrumentalizarse para defender delincuentes, qué difícil explicarles eso a los estudiantes de derecho. Qué difícil me ha sido entenderlo yo mismo desde mi posición privilegiada en la que por fortuna y casi meramente por fortuna, nunca me ha pasado ni a mí ni a mi familia, algo grave. “Claro –me dicen- si le pasara algo a un familiar tuyo no pensarías igual”. Y es completamente cierto. Por eso deseo que haya un verdadero sistema de justicia, una justicia restaurativa que me permita no tener que decidirlo, que me facilite las herramientas para curar el dolor y eliminar el resentimiento, una justicia que, en primer término, haga justicia social para que no haya un resentido que me arrebate lo que amo.
Justo ese es el asunto con la tortura institucionalizada, oficial. Cuando afirmamos que es justo torturar a un torturador –pues el torturador ha perdido su dignidad y no merece ser respetado cuando ha faltado el respeto. Cuando siguiendo ese razonamiento torturamos y faltamos al respeto, no quedamos los justos sino los justicieros, los irrespetuosos, los torturadores. La dignidad que está en juego, no es la del otro que ya la perdió, es la nuestra, la dignidad de la institución, la dignidad de la oficialidad. Deseo una justicia que no me permita rebajarme a perder mi dignidad en el dolor y el resentimiento de la venganza.
Nuestro país intenta transitar de una justicia inquisitorial, a una justicia acusatoria, vale decir, retributiva a restaurativa que repare el tejido social y que elimine el sufrimiento, que palíe el dolor padecido y destierre el dolor infligido, para usar las categorías que Ferrajoli ocupa de Natoli. ¿Qué tanto se podrá lograr sin una justicia transicional, una justicia social, un cambio de sistema de consumo que elimine la enajenación al mismo para beneficio de unos cuantos enajenados a su vez a ese beneficio material? ¿Qué tanto será posible sin que como sociedad tengamos las herramientas para, por lo menos, paliar el resentimiento, ese resentimiento atávico del “no me chinguen” o el “a ver a quien me chingo”?
Por último quisiera terminar con un poema de Salvador Díaz Mirón, Justicia:

Fuerza es convenir en ello:
Todo hombre es un pecador
No hay nadie que en su interior
No esté con la soga al cuello.

Ceñudo y calenturiento
Sacudo la frente fiera,
Como si así consiguiera
Arrojar el pensamiento.

Pero altivo en mi tormento
Miro el tiempo que pasó
Que las faltas en que yo,
Frágil como hombre, incurrí,
Podrían afligirme, sí;
Pero avergonzarme, ¡no!

Dicen que todo mortal,
Hasta el que lleva una palma,
Es, por el fallo de su alma,
Un condenado al dogal

Mas no tiene suerte igual
La púrpura y el andrajo:
Cuando el culpable no es bajo,
Es menos vil su sentencia
Por eso es que yo en mi conciencia
Reclamo el hacha y el tajo.

Gracias.


viernes, 4 de marzo de 2016

Fanatismo religioso y antireligioso, aclaraciones con motivo de la visita de Francisco I

Con motivo de la visita de Francisco I ha sido evidente el aumento en redes sociales del odio y el fanatismo, de la intolerancia y la violencia tanto de los antireligiosos como de los religiosos. Creo que las siguientes distinciones pueden ayudar a ir eliminando ese fanatismo. Conozco muchas personas profundamente religiosas que ni son ignorantes ni tontos, y que son racionales, razonables y amables, dignos. Y también tengo la fortuna de conocer no creyentes en ningún creo que no se sienten superiores moralmente por no creer y que comprenden que no creer es una creencia más, una forma de solucionar la incógnita del estar en el mundo del ser humano. Hacer sinónimo de creencia religiosa la ignorancia, es una actitud mucho muy ignorante, repito, conozco grandes luces entre  mis amistades y familiares que son personas profunda y sinceramente religiosas. Se entenderá mejor con las aclaraciones que hago a continuación, pero debo aclarar antes de que se vuelquen los fanáticos de uno y otro bando en mi contra, que no me refiero a ninguna religión particular y sí al fenómeno religioso como un fenómeno profundamente humano en general. Si a alguna persona que ocupe su tiempo en leer estas líneas le parece que me estoy refiriendo a un credo específico, lo más seguro es que sea porque estamos en una tradición cultural específica y porqué algunos ejemplos que pongo se refieren a tradiciones religiosas afines a la tradición cultural en que hemos sido constituidos como personas. Mi deseo es el beneficio de todos los seres sintientes.

Uno de los sentimientos o necesidades más humanas es la de tener cierto sentido de seguridad existencial, sentido de la vida y de pertenencia a algo, especialmente de pertenencia al cosmos. Una forma de paliar la orfandad existencial o cósmica en que puede encontrarse el ser humano. Esta necesidad de tener sentido de la vida, es imperiosa inclusive en los espíritus escépticos, nihilistas, existencialistas, ateos, y hasta cínicos, que arriban a la conclusión de que no hay nada de que asirse y que la única manera de paliar la angustia de existir y de la inutilidad de los esfuerzos y pasiones es la responsabilidad ante la nada que sitia al presente con un cerco frío de nihilidad. Aún esa conclusión, la conclusión del sinsentido, es una forma de darle sentido a la existencia.

Mucha, muchísima gente, no sé si la mayoría, de los intolerantes  y fanáticos religiosos y anti religiosos, sobre todo de estos últimos, no sé tampoco si por ignorancia, mala fe o simple estupidez, padecen de la tara de no poder distinguir claramente el fenómeno religioso, eminentemente religioso, del fenómeno de la creencia y de otros fenómenos que les van conexos; tara que, al estar impregnada de fanatismo e intolerancia nos la hacen padecer a los demás y que, al disolverse en comprensión, podría lograrse un poco más la proximidad al anhelo de comunidad de todo ser humano. No necesariamente comunidad social o cósmica, a veces con la comunidad con uno mismo basta, la integridad del propio espíritu.

Los diferentes fenómenos conexos a los que me refiero pero que no es necesario que vayan juntos, son los siguientes: la creencia, la religión propiamente dicha, lo que se considera divino o sagrado mediante lo cual se ayuda a la religación, la significación, muchas veces mítica y dogmática del proceso religioso, la ritualización de las prácticas de dicho proceso y la institucionalización para la administración de los rituales y procesos. Son cosas completamente distintas.

La creencia es un fenómeno eminentemente humano. Los seres humanos hacemos suposiciones acerca de lo que las cosas son y hacer a de las causas de las cosas, su origen. Tanto la persona religiosa, como el científico son creyentes en este nivel, aunque sus suposiciones estén basadas en proceso distintos. El mismo no creer en nada conlleva una creencia, una suposición, por lo que es absurdo, ridícula y lastimoso cuando un no creyente ataca a un creyente por su credulidad. Cierto que hay diferentes calidades de creencias, o más bien de formas de creer. La creencia basada en la fe ciega es muy peligrosa, pero en última instancia, aún las suposiciones científicas, aún la ciencia termina en la fe, el científico, inclusive el más recalcitrante empírica, materialista, positivista, en última instancia, tiene fe, cree, que lo que él hace es el camino correcto. La maldad está en suponer que hay superioridad moral en la fe -ciega- en la ciencia, y que todos los demás credos son ignorantes o idiotas.

La religión es el fenómeno que más confusiones derivadas de fanatismo padece. Sobretodo cuando las personas son incapaces de distinguir entre religión y la institución administradora de los rituales y significaciones míticas y dogmas de fe; la inclusive para unas mismas significaciones míticas y dogmas o mitos y dogmas parecidos y con raíces comunes, puede haber diversidad de instituciones. La religión es simple y sencillamente el proceso de re-ligación, de volvernos a enlazar, de volvernos a ligar de lo que nuestro miedo e ignorancia nos había separado. Mediante la religión se llega a la espiritualidad, a la comprensión profunda de la interdependencia y común unión con el todo cósmico. La religión nos religa con un todo trascendente y a la vez inmanente, disuelve el vacío existencial y la orfandad cósmica, nos permite aceptar y tener paz frente a lo que no podemos cambiar y nos da valor para cambiar lo que sí podemos, con base a una fe que obra, una fe basada en la experiencia. Esto es la esencia de lo que está debajo, a veces muy escondido de cualquier religión. Lo más maravilloso es que la mayoría de las religiones ha descubierto que la mejor manera de lograr ese proceso de religación con uno mismo y con el todo, se realiza de mejor manera cuando la religación es con el otro, con mi humanidad que está más allá de mi humanidad. No dudo en ningún momento que también se pueda hacer en solitario, simplemente es la forma que tiene más probabilidades de lograrlo, cuando estamos con otros que creen lo mismo que nosotros y que tienen el mismo objetivo espiritual de paz, integración y comprensión de la interdependencia. Cuando esto se logra con otros, pasamos de la simple asociación o sociedad a la comunidad, común unión. 

Lo sagrado, no es otra cosa creo yo, más que lo que resulta más valioso en una sociedad -en última instancia lo es en todas las sociedades-, sagrado significa valioso en grado supremo, y a ello lo calificamos de divino. Lo más valioso y sagrado de cualquier sociedad es la sociedad misma, su permanencia y subsistencia. Tuna sociedad no es nada sin sus miembros, por lo que lo más sagrado de una sociedad son las personas, la humanidad concreta que refería Unamuno, la humanidad sin la cual no puedo o es más improbable que yo mismo me humanice, la humanidad con la que tengo que re ligarme para alcanzar mi integridad, expulsar el vacío y el sinsentido y vivir plenamente.

Mucha gente que por miedo y frustración llega a caer en el fanatismo intolerante, confunde la esencia de la religión tal como creo que la he pergeñado, con las significaciones mitológicas y dogmáticas con las que, muchas veces, se recubre el proceso de religación. Es cierto que muchas veces ese proceso se recubre de significaciones y dogmas misteriosos por decir lo menos o incomprensibles por decir lo más y que muchas veces ese recubrimiento se hace para volver inaccesible el proceso a las personas de buena fe y que tengan que acudir con un intermediario intérprete de esas significaciones, mitos y dogmas, vueltos así, en ideología que encubre, justifica y perpetúa relaciones de opresión o dominio opresivo. A esto es lo que se ferrería Marx con que la religión es el opino de los pueblos, pero creo que Marx estaba confundiendo fenómenos. Pero también es cierto que la mayoría de las veces esas significaciones, esos mitos y esos dogmas están diseñados para hacer comprensible el proceso de religación y hacer más transitable el camino a la mayoría de las personas, sobre todo a las personas sencillas con menos conocimientos o que van afinando o educando a penas su capacidad de comprensión. Esas significaciones míticas y dogmas facilitan la comprensión de algo enorme como es la espiritualidad o tan sencillo como es la común unión en sociedad. 

Penosamente muchas personas, sobre todo las que creen en significaciones monoteístas trascendentalistas, tienden a concebir sus mitos como los únicos reales o verdaderos. Es en cierta medida comprensible pues en la creencia mítica de este tipo, a pesar de la evidencia de la existencia de creencias míticas muy variadas -se calcula que hay 5000 dioses efectivamente adorados en el mundo- hay una asunción de universalidad o absolutismo, sobre todo con dioses genéticos. Es decir, mi dios es el dios verdadero, min reenvía es la única válida, mis significaciones míticas son las únicas que logran la religación y todos los demás están mal. La única forma de relegarse es esta, o te re ligas conmigo de esta manera o... Te mato! Algo que he llegado a comprender y a vivir por fortuna es que la creencia, en unas significaciones u otras no son necesarias para la religación, y que esas creencias y significaciones, dogmas y mitos son íntimos, personalísimos, que solo se pueden compartir con quien cree lo mismo y que, cuando estamos con una persona que no cree lo mismo, es mucho más sencillo y conveniente para la religación hacer a un lado esos mitos. 

El mito (obviamente para las personas que tienen este tipo de creencias no es un mito, es una verdad, pero habrían de tener la capacidad de relativizar a la presencia de otro que no cree lo mismo y justo eso es la fuente primordial de intolerancia) por ejemplo en un dios único creador, tiene una función específica, probablemente la única función específica. Cuando soy intolerante a los demás, porque la demás no cumplen con la expectativa que tengo de cómo deben de ser, me es difícil religarme con ellos. Es más fácil hacerlo por triangulación me religo con el ente trascendental de imputación  de responsabilidad y, por amor a él, me religo con el próximo. Todas las tradiciones de este tipo que he tenido la oportunidad de revisar dicen algo parecido a esto "si me amas a mí, amas a tu próximo que es tu hermano en mi, si me buscas a mi -lo divino, la humanidad- lo hallarás en tu prójimo".

El proceso de religación puede ser muy sencillo o muy complejo, depende de la disponían de las personas. Pero en definitiva no es algo que se logre de una sola vez en un solo acto. Aún los grandes iluminados de todas las tradiciones pasaron por el proceso, a veces tortuoso del ensayo y error. Es decir, el proceso de religación requiere práctica, costumbre, habituación, reiteración en el tiempo de los pasos del proceso. Es así como nacen los rituales que, con todo y que a veces pueden ser monótonos, tienen la función de provocar, instar, la acción, la práctica, el andar en el proceso, romper la inercia, sobre todo la inercia de la desesperanza para que no se vuelva desesperación. El ritual hace posible que "caiga el veinte" o, como dice metafóricamente una tradición que el cuenco se vaya llenando por goteo, hasta que, una gota más lo desborda, acontece la espiritualidad en plenitud. Tristemente también muchas personas confunden los rituales con la esencia de la religión y a veces tomas a los rituales como la religión, practican mucho el ritual pero no la religación con el prójimo.

La mayoría de las tradiciones religiosas comprenden que la religación principal para lograr el objetivo de la común unión -conmigo mismo y con el todo- pasa o se facilita por la religación son el próximo en sociedad para formar comunidad. Es a la comunidad de los que creen en lo mismo lo que, por ejemplo en la tradición occidental que nace en Grecia, se llama eclesia, que quiere decir literalmente asamblea o reunión, congregación de todos los creyentes. Hay que facilitar su religación, sus relaciones, hay que dirimir sus diferencias, fomentar sus avenencias y hay que administrar os rituales de la práctica de la religación. Por ejemplo hay que fomentar que se den "La Paz" entre ellos. Es así como nacen las instituciones administradoras y administradas por seres humanos y es así como a la mayoría de esas instituciones les llamamos iglesias. Pero como instituciones humanas, por más que estén recubiertas de santificaciones míticas para legitimarlas, administradas por seres humanos, por más que estén recubiertos por significaciones míticas para legitimarlos, son eminentemente humanas y por lo tanto falibles como los humanos, sujetas a sus pasiones y a sus errores y ambiciones. 

Aquí también hay una fuente enorme de confusión, fanatismo e intolerancia, repito, la mayor de las veces por ignorancia otras tantas de mala fe. Muchas personas confunden la religión en sentido amplio, e inclusive "la religión en sentido cerrado" o sea las significaciones míticas y dogmas con la institución administradora, confunden religión con iglesia y atribuyen los errores de ésta, de las iglesias de los hombres, muchísimas veces errores casi imperdonables, errores atroces llenos de estupidez y de maldad, a la religión y/o a las significaciones míticas. Lo único que se ocasiona es el acento de la intolerancia, pues las personas creyentes de un creo u otro, pertenecientes a una iglesia u otra también caen en el error de confundir religión con institución y defienden a capa y espada lo que muchas veces es indefendible le y evidente, los errores y matanzas sangrientas que han cometido sus respectivas instituciones y sus respectivos líderes. 

Creo que es sumamente importante comprender estas distinciones para lograr el objetivo común de la humanidad.


Mtro. Miguel Eduardo Morales Lizarraga.

Definición de horizonte antropológico

“Horizonte antropológico es la concepción acerca de lo que sea el fenómeno humano en general y el ser humano en concreto que tiene una sociedad determinada. Es parte de la cultura o paradigma cultural, así que constituye un paradigma especial de ser humano y de ser ser humano. Típicamente el horizonte antropológico o las creencias acerca de lo que es el hombre y la mujer son parte de la cultura y como tal parte del imaginario social, aunque podemos encontrar dos niveles:
a)       un nivel eminentemente teórico que será la definición de hombre y de humanidad, que tenga el mayor grado o progresividad de conocimientos de una cultura, el nivel de alta cultura o científico con pretensiones de universalidad y,
b)      un nivel sociológico o de acción, la concepción que efectivamente es vivida y realizada por la sociedad.
Por ejemplo, en nuestro paradigma cultural occidental, la concepción teórica de alta cultura que se tiene es que ser ser humano consiste en ser digno, tener la capacidad libre, racional y razonable de transformarse avsí mismo, de transformar su entorno y de librarse, negándolas, de las determinaciones necesarias de la naturaleza y del propio temperamento. Pero a nivel sociológico, a nivel de sistema, nuestra cultura occidental percibe como humano, sólo al que es consumidor. Si se es consumidor se es humano y se tienen derechos humanos, sino se es consumidor, no sólo no se es humano y no se tienen derechos humanos, sino que se es consumible, objeto de consumo.
También a nivel teórico nuestra cultura concibe a los seres humanos como iguales, pero a nivel práctico, del uso y acción en las relaciones sociales, ser ser humano es ser 
1) varón –las mujeres están excluidas-, 
2) blanco –las otras razas y etnias están excluidas-, 
3) heterosexual –las otras orientaciones sexuales están excluidas-, 
4) adulto –los infantes están excluidos-, 
5) capaz física y mentalmente (racional en el sentido de cálculo egoísta individual de maximización de los propios intereses, excluyendo los intereses de la comunidad) –los discapaces o las capacidades diferentes, que salen del promedio de capacidad, están excluidas- y, 
6) propietario –los desposeídos y en nuestro sistema de acumulación de capital por consumo adictivo, los que no tienen capacidad de consumo están excluidos.
A este paradigma de ser humano se refieren las declaraciones de derechos que constituyen la primera generación histórica de derechos humanos, así, cuando la declaración francesa dice, derechos del hombre y del ciudadano, no se refiere a las mujeres ni a los niños, ni a los discapaces ni a los desposeídos, etcétera (a veces se a asociado el ser ciudadano con el pagar impuestos) y por ello Olympe de Gouges (Marie Gouze) proclamó los derechos de la mujer y la ciudadana y le constó la cabeza su atrevimiento. La declaración de derechos de Virginia de igual manera tiene estén horizonte antropológico, pues cuando dicen que todos los hombres son iguales y tienen derecho a la felicidad se refiere a este paradigma dominante, a la sazón y durante mucho tiempo después Virginia era el arquetipo de Estado esclavista”.