lunes, 16 de julio de 2018

Reflexiones finales del curso María Zambrano: de la epistemología poética a la filosofía aplicada.


“María Zambrano: de la epistemología poética a la filosofía aplicada. Curso de posgrado impartido por el profesor José Barrientos de la Universidad de Sevilla”. 11, 12, 20 y 21 de junio 2018.

Reflexiones finales.
Miguel Eduardo Morales Lizarraga.
29 de junio de 2018
“Epitafio”
Por tener talante filosófico
la mente, que ocupaba fantasía,
tachando de inerme la teoría
reprochaban su sino escatológico.
En un desplante de pensamiento teórico
resumió en una sola su poesía
viviéndola en extravagante alegoría
siempre fiel a su mundo metafórico.
¿Dónde yace el que, logrado su objetivo
de la turba ignoró los improperios
y prefirió morir a ser un muerto vivo?
Yace ahí donde terminan los imperios,
donde se extingue el aliento subjetivo
y se develan para siempre los misterios

Miguel E. Morales L. Aquella Mujer.

Hace algunos años, no recuerdo si poco antes o poco después de una “experiencia de despertar”, leía una biografía de Dostoievski en la que se narraba la tortura de su fusilamiento indultado. Tanto en esta biografía como en El idiota refiere cómo esta experiencia le resultó como una epifanía que le permitió enfrentarse a lo que seguiría, cinco años en una prisión en Siberia que se le figuraron como estar encerrado vivo en un ataúd; y que le servirían también para soportar sus padecimientos en los años venideros. Ambas experiencias –el indulto y salir del ataúd- fueron verdaderos renacimientos, reveladores de una verdad más profunda de la que podía explicar y que sólo alcanzó –“sólo” humilde palabra- a mostrar “poéticamente” en sus novelas posteriores.
Estuve acudiendo a un seminario internacional de filosofía japonesa, también en estos días. Una de las ponencias fue dedicada al concepto de metanoesis de Tanabe Hajime, en el que citaron este pasaje de la vida de Dostoievski. Describieron el concepto como un asombro de lo que hay (that is it) antes que un asombro sobre qué sea lo que hay (what is it). Es la diferencia que va entre la passio essendi y la conatus essendi.
La metanoesis es el camino de la aceptación de lo que es en sus propios términos, una mente pasiva que no tematiza ni conceptualiza ni que, conceptualizando, impone definiciones al ser, y con ello, impone al ser un ser otro. Pero no una simple pasividad, sino la acción de retener la reacción mental de la tematización y mantener la mente pasiva y con ello receptiva a la verdad del ser, el ser en sus propios términos. La metanoesis va de la noesis al noema, y con ello hace un ejercicio de conversión o transformación del yo y su obsesión con su propio poder y su intento de dominio de lo que no puede cambiar, a la realización y aceptación del poder-otro, o del otro, tanto de la realidad del ser como de la realidad del ser humano. Vaciarse a sí mismo, ser uno nada –no en el sentido nihilista occidental sino en el sentido budista de interdependencia- para que el otro sea en plenitud y ser en plenitud con él. El objetivo de este vaciamiento de conceptos es lograr un estado de consciencia no intencional –al estilo de Husserl o Levinas- que sea comunión agápica con el ser, un ágape de mente pura.
Evidentemente la relación del pensamiento del filósofo japonés con sus raíces budistas es elocuente, y con esa elocuencia reforzaban lo aprendido sobre María Zambrano, tanto en el curso como en propia experiencia.
Zambrano parte de sus influencias en Ortega y en Heidegger, principalmente con la idea de una verdad más revelada o des-ocultada –aletheia- que se da a un sujeto pasivo, que de una verdad que se busca y a la que se llega por conclusión lógica, a la que se domina activamente por el pensamiento. Al conocimiento se llega por perplejidad e iluminación graciosa a través de un acontecimiento de revelación que es provocado ya por una herida y abismamiento desesperanzado y desesperado. Muy probablemente la salud de María, así como su temprano descalabro amoroso, su exilio y su siempre sentirse exiliada y las penurias que ello le atrajeron la llevaron a concluir una razón que iba más allá del concepto y que iba más allá de un ir a las cosas y dejar que las cosas fueran a ella “aprender a ver”, “aprender a mirar”, ser transparente y dejarse atravesar y llenar por el objeto.
Entender para ella no es la comprensión del objeto. Me hace recordar una escena de la película Good Will Hunting (Gus Van Sant 1997), el psicólogo confronta al paciente rebelde y listillo que lo ha humillado pues tiene la gracia de ser un genio que aprende libros de memoria y le dice que, si le preguntara sobre el amor, le recitaría unos versos, pero no sabe lo que es el amor pues nunca se ha enamorado, no tiene la experiencia. Entender se da solo a través de la experiencia, el implicarse en la vida y no contemplarla separado de ella. De ahí que pronto haya arribado a la razón poética pues la poesía muestra e intenta traer la experiencia mientras que la filosofía explica. Son, para ella, dos partes del ser humano que no habrían de separarse, de ahí que poética siga siendo razón.
La filosofía tiene más de acción, la acción mental de ir al objeto y tematizarlo, problematizarlo, conceptualizarlo. De la experiencia del asombro y la perplejidad originaria, el filósofo acciona con violencia para aprehender la realidad y dominarla. Pero el poeta es pasivo y al ser pasivo permite que entre la realidad en él; se abre pasivamente al mundo permitiendo que hablen las musas a través de él.
La filosofía mira al hombre en su historia universal, en su querer ser; es requerimiento guiado por método, se arranca de la perplejidad para explicar, es primeramente contenidos. Se busca, es violencia que se separa del ser para aprehenderlo, conquistarlo de manera total enseñoreándose del ser como dios, distanciándose de él y de la vida. El filósofo abandona constantemente su ser para encontrar otro ser. Es responsable pues conoce las consecuencias o las prevé medianamente. No espera razones pues va en busca de ellas; no se queja, actúa y lucha imponiendo o intentando imponer su voluntad; es madurez sin vida que lo quiere todo. Es conocer intelectivo que se aparta de la vorágine de la vida o la soporta de manera estoica; separación de la realidad, imposición de una verdad definida casi unilateralmente a un mundo del que se han barrido los dioses y que ha quedado sin encantamientos y que por lo mismo causa una angustia de la que se busca consuelo en el saber o en el dominio. Pareciera que el emblema del filósofo es el Fausto.
Por su parte la poesía mira al hombre concreto, individual, que recibe la realidad, el humano de Unamuno. Es encuentro y don, hallazgo por gracia que se queda en la perplejidad y es absorbida en la grandiosidad que le asombra. El poeta se desvive y presta servicio uniendo vida y pensamiento, abriéndose al ser graciosa e irresponsablemente. Se entrega esperando la llegada graciosa de respuestas y agitándose en la tragedia de no encontrarlas, clamando y quejándose por ello, sabedor de su desgracia como Antígona. Se deja arrastrar por la vorágine de la vida y se fusiona con la realidad; escucha atentamente el susurro de los dioses en las cosas que permanecen encantadas y que encantan a su vez, embriagándolo e inspirándole su saber desde su sacralidad entrañable. Como no es lucha es amor y espera paciente que lo da todo, amor ágape de comunión, como la emblemática Margarita, aunque más que la de Goethe, la de Papini. ¡Qué peligroso ser irresponsable el poeta que mete el desorden dejándose entusiasmar por la arbitrariedad de los dioses!
En la experiencia filosófica de oriente, y en específico la japonesa transida por el budismo, el origen de la filosofía no es solo el asombro ni solo la angustia, es la insatisfacción o el sufrimiento. El sufrimiento de vivir, el padecer la vida, el nacer, enfermar, envejecer, ver morir, morir, desesperar viendo perdido lo querido y viendo cernirse sobre nosotros lo indeseable, y el ignorar cómo soltar ese apego y esa aversión. La herida, como muestra Zambrano es inevitable, la vida hiere. Así la filosofía para ella no es solo un saber por causas últimas ni solo contenidos sino un generar experiencias. Generar una experiencia que impacte y que hiera y maree, que forme personalidad y no solo intelectualidad. La herida es experiencia que construye como persona.
Si la filosofía, por ejemplo, para Ortega, es experiencia vital en la historia y por tanto en cierta medida es filosofía de la historia, en sentido universal, en el sentido de la humanidad, la filosofía como razón poética en María es sacar de quicio a la razón, no descifrar el sentido del mundo sino descifrarse, descifrar el sentir en la propia biografía. La filosofía es una lid personal, personalísima para darse sentido ante la herida del mundo y poder seguir viviendo y aún vivir con sentido y hasta, por qué no, plenitud. Para ello hay que profundizar en la herida, abandonar toda esperanza, abismarse en el dolor y en sí mismo. No queda de otra, es experiencia sí, y por ello es experiencia propia de la que los otros y su experiencia solo pueden servir de muestra.
Y para ello hay que encontrar la propia palabra, la palabra sagrada que es la palabra que narra la biografía propia. No es un logos argumentativo, es un logos poiesis que se mira y si mira suficientemente al abismo de la propia herida puede llegar a regalar la gracia de la revelación, del despertar o renacer. No es la palabra que ha sido despedazada a fuerza de análisis y uso que le arrebatan su fuerza actuante en el mundo, su “potencia performativa”. Es la palabra que cura, parresia que se atreve a decirlo todo poniendo enfrente el sufrimiento padecido para poder aceptarlo y seguir adelante y, tal vez, hacerlo útil a otro para que a su vez pueda decirlo todo y seguir adelante.
No pude estar exento de esa herida, nadie lo está. Huérfano de padre a edad temprana busqué refugio precisamente en la poesía que me revelaba sentidos y me hacía comprensible y tolerable el mundo. Fue la misma poesía la que me reveló la filosofía e intuí que no eran cosas separadas e inclusive ni siquiera distintas, por lo que, cuando profundizando más en ésta última, no pude comprender cómo es que se separaban el logos argumental de la filosofía y el logos poético e inclusive como el primero despreciaba al segundo como en la condena platónica. Hasta que descubría a Zambrano y su Filosofía y poesía. Tristemente era demasiado tarde y ya me había sumergido en una vorágine de dolor y autodestrucción. La guía de Zambrano ya fue puramente intelectual, ya había fortificado las barreras que impedían que su pensar pudiera tener algún efecto práctico en mi vida. No necesito decir que el abismamiento fue casi total, y que “Como guarda el avaro su tesoro guardaba mi dolor…”, pero, y así es la naturaleza de la insatisfacción de un mundo cambiante “… ¡Eternamente no podrás ni aún sufrir!”.
Otros, me hicieron parte de un nosotros más grande que yo, un nosotros con sentido de servir a otros en el camino del abismamiento y su recorrido de vuelta a la vida y la alegría de vivir, el sentido del servicio, del salir de sí e ir hacia el otro para empoderarlo. La palabra jugó en ello un papel importantísimo. No la palabra analítica ni analizada sino la palabra que muestra la experiencia, la fortaleza y que esperanza y que, a la vez, es exorcismo que enseña a mirar la herida, exprimirla de su supuración, lavarla, cerrarla y aceptarla; que enseña a vivir con la cicatriz y que enseña a vivir con el dejo de dolor.
Ese dejo de dolor de los huesos rotos, al fin soldados pero que se resienten de cuando en cuando con el frío. Toda esa experiencia de la desesperanza y desesperación del abismamiento en caída libre y después en vuelo controlado y dirigido por la experiencia ajena; esa experiencia de obtener graciosamente un sentido de vivir, por revelación, como epifanía o despertar al espíritu, se convirtió en un regalo precioso para ofrecerlo a quien lo necesitase –de ahí que terminara acudiendo quincenalmente a reclusorio a compartir la experiencia y la meditación; agapeic mindfulness le llama William Brandon dentro de su concepto de metaxología, el “entre dos”, entre razón y pasión y entre el heterogeneous we o nosotros heterogéneo que hace la unidad en la diversidad.
Casi al final de esa travesía me hice maestro. Sin vocación al principio, todavía en la brega del abismamiento desesperanzado y sin sentido, sin renacimiento. Pero eventualmente y después de ocurrido éste me fue dada la vocación. Maestro de filosofía del derecho me di cuenta al cabo de algunos semestres que la filosofía no es –o no solamente- una materia. El temario está lleno de contenidos, pero sus contenidos son repeticiones de contenidos de otras materias (Introducción al Estudio del Derecho, Teoría del derecho y Metodología Jurídica, principalmente) y que la intencionalidad de que fuera una revisión crítica de los aprendido hasta el momento (principalmente la memorización acrítica y dogmática de códigos a los que se les aplica el análisis exegético dentro del marco de un positivismo trasnochado), era solo eso, buenas intensiones coartadas y olvidadas por un pesado culto a la ley y a la voluntad del legislador; sin capacidad de dar cuenta que la ley la mayoría de las veces es elaborada por grupos de interés para servir sus intereses y que el abogado que no tiene la capacidad de criticar y de ver la realidad tanto social, como del fenómeno jurídico, termina así siendo cómplice de un sistema jurídico opresor, como el mexicano que es clara y tristemente necroderecho, derecho al servicio de una política de muerte que deja grandes ganancias a los que hacen leyes a su conveniencia.
Sirviéndome de la etimología tanto de filosofía como de derecho, intento mostrar a mis estudiantes que la filosofía es amor, que el amor es una constante y perpetua voluntad de querer hacer el bien al ser amado por ser amable, digno de amor, comenzando por sí mismo en un sano amor propio. Qué la sabiduría es, sí conocimiento, pero no sólo conocimiento, sino principalmente experiencia de vida, querer prudencia para vivir bien, para bien vivir; y que el derecho no sólo es norma, sino que es darle a cada quien el reconocimiento y el respeto de su dignidad y su libertad.
Así, intento mostrarles que la filosofía del derecho es la constante y perpetua voluntad de querer el conocimiento y la experiencia de vida, la prudencia de darle a cada quien el reconocimiento y respeto de su dignidad-libertad –juris prudentia- y que, como abogados, es nuestra responsabilidad luchar por ello y en ello nos va la vocación y el criticar la ley descubriendo sus intensiones y sus utilidades; criticar el sistema social y político en el que se inserta el sistema jurídico y poner éste último al servicio de la emancipación y no al servicio de unos cuantos. En México se ha vuelto muy difícil el ejercicio de la profesión, pues en muchos, muchísimos casos los problemas se arreglan a billetazos o a balazos; la ley y la justicia es instrumento del mejor postor. Es desesperanzador.
Intento que la filosofía, pues, no sea una materia solamente sino una disciplina; no tanto que aprendan filosofía, sino que aprendan a filosofar y que en el trayecto descubran, su vocación, que la profesión es eso, llevar por delante la creencia de que podemos solucionar los problemas de manera pacífica y que podemos ayudar a crear las condiciones de posibilidad del florecimiento de la dignidad de cada persona a la que servimos, uno a la vez, un caso a la vez. Tal vez sea el inicio de una “filosofía del derecho como filosofía aplicada”, en un futuro que tenga las herramientas.
El abismo está ahí, la herida casi de muerte que tenemos como país es profunda y profusa –fosas y fosas clandestinas lo atestiguan-, pero como dice uno de mis poetas favoritos de mi infancia (Salvador Díaz Mirón):
“¡Oh Humanidad, oh Israel,
el bien prometido es cierto!
¡Mas Canaán es un huerto
adonde no ha de llegar
quien no sepa atravesar
el Mar Rojo y el desierto!

No hay comentarios:

Publicar un comentario