“María
Zambrano: de la epistemología poética a la filosofía aplicada. Curso de
posgrado impartido por el profesor José Barrientos de la Universidad de
Sevilla”. 11, 12, 20 y 21 de junio 2018.
Reflexiones
finales.
Miguel
Eduardo Morales Lizarraga.
29 de junio
de 2018
“Epitafio”
Por tener
talante filosófico
la mente,
que ocupaba fantasía,
tachando
de inerme la teoría
reprochaban
su sino escatológico.
En un
desplante de pensamiento teórico
resumió en
una sola su poesía
viviéndola
en extravagante alegoría
siempre
fiel a su mundo metafórico.
¿Dónde
yace el que, logrado su objetivo
de la
turba ignoró los improperios
y prefirió
morir a ser un muerto vivo?
Yace ahí
donde terminan los imperios,
donde se
extingue el aliento subjetivo
y se
develan para siempre los misterios
Miguel E.
Morales L. Aquella Mujer.
Hace algunos años, no recuerdo si poco antes o
poco después de una “experiencia de despertar”, leía una biografía de
Dostoievski en la que se narraba la tortura de su fusilamiento indultado. Tanto
en esta biografía como en El idiota
refiere cómo esta experiencia le resultó como una epifanía que le permitió
enfrentarse a lo que seguiría, cinco años en una prisión en Siberia que se le
figuraron como estar encerrado vivo en un ataúd; y que le servirían también
para soportar sus padecimientos en los años venideros. Ambas experiencias –el
indulto y salir del ataúd- fueron verdaderos renacimientos, reveladores de una
verdad más profunda de la que podía explicar y que sólo alcanzó –“sólo” humilde
palabra- a mostrar “poéticamente” en sus novelas posteriores.
Estuve acudiendo a un
seminario internacional de filosofía japonesa, también en estos días. Una de
las ponencias fue dedicada al concepto de metanoesis
de Tanabe Hajime, en el que citaron este pasaje de la vida de Dostoievski.
Describieron el concepto como un asombro de lo que hay (that is it) antes que un asombro sobre qué sea lo que hay (what is it). Es la diferencia que va entre
la passio essendi y la conatus essendi.
La metanoesis es el camino de la aceptación de lo que es en sus
propios términos, una mente pasiva que no tematiza ni conceptualiza ni que,
conceptualizando, impone definiciones al ser, y con ello, impone al ser un ser
otro. Pero no una simple pasividad, sino la acción de retener la reacción
mental de la tematización y mantener la mente pasiva y con ello receptiva a la
verdad del ser, el ser en sus propios términos. La metanoesis va de la noesis al noema, y con ello hace un ejercicio
de conversión o transformación del yo y su obsesión con su propio poder y su
intento de dominio de lo que no puede cambiar, a la realización y aceptación
del poder-otro, o del otro, tanto de la realidad del ser como de la realidad
del ser humano. Vaciarse a sí mismo, ser uno nada –no en el sentido nihilista
occidental sino en el sentido budista de interdependencia- para que el otro sea
en plenitud y ser en plenitud con él. El objetivo de este vaciamiento de
conceptos es lograr un estado de consciencia no intencional –al estilo de
Husserl o Levinas- que sea comunión agápica
con el ser, un ágape de mente pura.
Evidentemente la relación del
pensamiento del filósofo japonés con sus raíces budistas es elocuente, y con
esa elocuencia reforzaban lo aprendido sobre María Zambrano, tanto en el curso
como en propia experiencia.
Zambrano parte de sus
influencias en Ortega y en Heidegger, principalmente con la idea de una verdad
más revelada o des-ocultada –aletheia-
que se da a un sujeto pasivo, que de una verdad que se busca y a la que se
llega por conclusión lógica, a la que se domina activamente por el pensamiento.
Al conocimiento se llega por perplejidad e iluminación graciosa a través de un
acontecimiento de revelación que es provocado ya por una herida y abismamiento desesperanzado
y desesperado. Muy probablemente la salud de María, así como su temprano
descalabro amoroso, su exilio y su siempre sentirse exiliada y las penurias que
ello le atrajeron la llevaron a concluir una razón que iba más allá del
concepto y que iba más allá de un ir a las cosas y dejar que las cosas fueran a
ella “aprender a ver”, “aprender a mirar”, ser transparente y dejarse atravesar
y llenar por el objeto.
Entender para ella no es la comprensión
del objeto. Me hace recordar una escena de la película Good Will Hunting (Gus Van Sant 1997), el psicólogo confronta al
paciente rebelde y listillo que lo ha humillado pues tiene la gracia de ser un
genio que aprende libros de memoria y le dice que, si le preguntara sobre el
amor, le recitaría unos versos, pero no sabe lo que es el amor pues nunca se ha
enamorado, no tiene la experiencia. Entender se da solo a través de la
experiencia, el implicarse en la vida y no contemplarla separado de ella. De
ahí que pronto haya arribado a la razón poética pues la poesía muestra e
intenta traer la experiencia mientras que la filosofía explica. Son, para ella,
dos partes del ser humano que no habrían de separarse, de ahí que poética siga
siendo razón.
La filosofía tiene más de
acción, la acción mental de ir al objeto y tematizarlo, problematizarlo,
conceptualizarlo. De la experiencia del asombro y la perplejidad originaria, el
filósofo acciona con violencia para aprehender la realidad y dominarla. Pero el
poeta es pasivo y al ser pasivo permite que entre la realidad en él; se abre
pasivamente al mundo permitiendo que hablen las musas a través de él.
La filosofía mira al hombre en
su historia universal, en su querer ser; es requerimiento guiado por método, se
arranca de la perplejidad para explicar, es primeramente contenidos. Se busca,
es violencia que se separa del ser para aprehenderlo, conquistarlo de manera
total enseñoreándose del ser como dios, distanciándose de él y de la vida. El
filósofo abandona constantemente su ser para encontrar otro ser. Es responsable
pues conoce las consecuencias o las prevé medianamente. No espera razones pues
va en busca de ellas; no se queja, actúa y lucha imponiendo o intentando imponer
su voluntad; es madurez sin vida que lo quiere todo. Es conocer intelectivo que
se aparta de la vorágine de la vida o la soporta de manera estoica; separación
de la realidad, imposición de una verdad definida casi unilateralmente a un
mundo del que se han barrido los dioses y que ha quedado sin encantamientos y
que por lo mismo causa una angustia de la que se busca consuelo en el saber o
en el dominio. Pareciera que el emblema del filósofo es el Fausto.
Por su parte la poesía mira al
hombre concreto, individual, que recibe la realidad, el humano de Unamuno. Es
encuentro y don, hallazgo por gracia que se queda en la perplejidad y es
absorbida en la grandiosidad que le asombra. El poeta se desvive y presta
servicio uniendo vida y pensamiento, abriéndose al ser graciosa e
irresponsablemente. Se entrega esperando la llegada graciosa de respuestas y
agitándose en la tragedia de no encontrarlas, clamando y quejándose por ello,
sabedor de su desgracia como Antígona. Se deja arrastrar por la vorágine de la
vida y se fusiona con la realidad; escucha atentamente el susurro de los dioses
en las cosas que permanecen encantadas y que encantan a su vez, embriagándolo e
inspirándole su saber desde su sacralidad entrañable. Como no es lucha es amor
y espera paciente que lo da todo, amor ágape de comunión, como la emblemática
Margarita, aunque más que la de Goethe, la de Papini. ¡Qué peligroso ser
irresponsable el poeta que mete el desorden dejándose entusiasmar por la
arbitrariedad de los dioses!
En la experiencia filosófica
de oriente, y en específico la japonesa transida por el budismo, el origen de
la filosofía no es solo el asombro ni solo la angustia, es la insatisfacción o
el sufrimiento. El sufrimiento de vivir, el padecer la vida, el nacer,
enfermar, envejecer, ver morir, morir, desesperar viendo perdido lo querido y
viendo cernirse sobre nosotros lo indeseable, y el ignorar cómo soltar ese
apego y esa aversión. La herida, como muestra Zambrano es inevitable, la vida
hiere. Así la filosofía para ella no es solo un saber por causas últimas ni
solo contenidos sino un generar experiencias. Generar una experiencia que
impacte y que hiera y maree, que forme personalidad y no solo intelectualidad.
La herida es experiencia que construye como persona.
Si la filosofía, por ejemplo,
para Ortega, es experiencia vital en la historia y por tanto en cierta medida
es filosofía de la historia, en sentido universal, en el sentido de la
humanidad, la filosofía como razón poética en María es sacar de quicio a la
razón, no descifrar el sentido del mundo sino descifrarse, descifrar el sentir en la propia biografía. La filosofía es una
lid personal, personalísima para darse sentido ante la herida del mundo y poder
seguir viviendo y aún vivir con sentido y hasta, por qué no, plenitud. Para
ello hay que profundizar en la herida, abandonar toda esperanza, abismarse en
el dolor y en sí mismo. No queda de otra, es experiencia sí, y por ello es
experiencia propia de la que los otros y su experiencia solo pueden servir de
muestra.
Y para ello hay que encontrar
la propia palabra, la palabra sagrada que es la palabra que narra la biografía
propia. No es un logos argumentativo, es un logos poiesis que se mira y si mira suficientemente al abismo de la
propia herida puede llegar a regalar la gracia de la revelación, del despertar
o renacer. No es la palabra que ha sido despedazada a fuerza de análisis y uso
que le arrebatan su fuerza actuante en el mundo, su “potencia performativa”. Es
la palabra que cura, parresia que se
atreve a decirlo todo poniendo enfrente el sufrimiento padecido para poder aceptarlo
y seguir adelante y, tal vez, hacerlo útil a otro para que a su vez pueda
decirlo todo y seguir adelante.
No pude estar exento de esa
herida, nadie lo está. Huérfano de padre a edad temprana busqué refugio
precisamente en la poesía que me revelaba sentidos y me hacía comprensible y
tolerable el mundo. Fue la misma poesía la que me reveló la filosofía e intuí
que no eran cosas separadas e inclusive ni siquiera distintas, por lo que,
cuando profundizando más en ésta última, no pude comprender cómo es que se
separaban el logos argumental de la filosofía y el logos poético e inclusive
como el primero despreciaba al segundo como en la condena platónica. Hasta que
descubría a Zambrano y su Filosofía y
poesía. Tristemente era demasiado tarde y ya me había sumergido en una
vorágine de dolor y autodestrucción. La guía de Zambrano ya fue puramente
intelectual, ya había fortificado las barreras que impedían que su pensar
pudiera tener algún efecto práctico en mi vida. No necesito decir que el
abismamiento fue casi total, y que “Como guarda el avaro su tesoro guardaba mi
dolor…”, pero, y así es la naturaleza de la insatisfacción de un mundo
cambiante “… ¡Eternamente no podrás ni aún sufrir!”.
Otros, me hicieron parte de un
nosotros más grande que yo, un nosotros con sentido de servir a otros en el
camino del abismamiento y su recorrido de vuelta a la vida y la alegría de
vivir, el sentido del servicio, del salir de sí e ir hacia el otro para
empoderarlo. La palabra jugó en ello un papel importantísimo. No la palabra
analítica ni analizada sino la palabra que muestra la experiencia, la fortaleza
y que esperanza y que, a la vez, es exorcismo que enseña a mirar la herida,
exprimirla de su supuración, lavarla, cerrarla y aceptarla; que enseña a vivir
con la cicatriz y que enseña a vivir con el dejo de dolor.
Ese dejo de dolor de los
huesos rotos, al fin soldados pero que se resienten de cuando en cuando con el
frío. Toda esa experiencia de la desesperanza y desesperación del abismamiento
en caída libre y después en vuelo controlado y dirigido por la experiencia
ajena; esa experiencia de obtener graciosamente un sentido de vivir, por
revelación, como epifanía o despertar al espíritu, se convirtió en un regalo
precioso para ofrecerlo a quien lo necesitase –de ahí que terminara acudiendo
quincenalmente a reclusorio a compartir la experiencia y la meditación; agapeic mindfulness le llama William
Brandon dentro de su concepto de metaxología, el “entre dos”, entre razón y
pasión y entre el heterogeneous we o
nosotros heterogéneo que hace la unidad en la diversidad.
Casi al final de esa travesía
me hice maestro. Sin vocación al principio, todavía en la brega del
abismamiento desesperanzado y sin sentido, sin renacimiento. Pero eventualmente
y después de ocurrido éste me fue dada la vocación. Maestro de filosofía del
derecho me di cuenta al cabo de algunos semestres que la filosofía no es –o no
solamente- una materia. El temario está lleno de contenidos, pero sus
contenidos son repeticiones de contenidos de otras materias (Introducción al
Estudio del Derecho, Teoría del derecho y Metodología Jurídica, principalmente)
y que la intencionalidad de que fuera una revisión crítica de los aprendido
hasta el momento (principalmente la memorización acrítica y dogmática de
códigos a los que se les aplica el análisis exegético dentro del marco de un
positivismo trasnochado), era solo eso, buenas intensiones coartadas y
olvidadas por un pesado culto a la ley y a la voluntad del legislador; sin
capacidad de dar cuenta que la ley la mayoría de las veces es elaborada por
grupos de interés para servir sus intereses y que el abogado que no tiene la
capacidad de criticar y de ver la realidad tanto social, como del fenómeno
jurídico, termina así siendo cómplice de un sistema jurídico opresor, como el
mexicano que es clara y tristemente necroderecho,
derecho al servicio de una política de muerte que deja grandes ganancias a los
que hacen leyes a su conveniencia.
Sirviéndome de la etimología
tanto de filosofía como de derecho, intento mostrar a mis estudiantes que la
filosofía es amor, que el amor es una constante y perpetua voluntad de querer hacer
el bien al ser amado por ser amable, digno de amor, comenzando por sí mismo en
un sano amor propio. Qué la sabiduría es, sí conocimiento, pero no sólo
conocimiento, sino principalmente experiencia de vida, querer prudencia para
vivir bien, para bien vivir; y que el derecho no sólo es norma, sino que es
darle a cada quien el reconocimiento y el respeto de su dignidad y su libertad.
Así, intento mostrarles que la
filosofía del derecho es la constante y perpetua voluntad de querer el
conocimiento y la experiencia de vida, la prudencia de darle a cada quien el
reconocimiento y respeto de su dignidad-libertad –juris prudentia- y que, como abogados, es nuestra responsabilidad
luchar por ello y en ello nos va la vocación y el criticar la ley descubriendo
sus intensiones y sus utilidades; criticar el sistema social y político en el
que se inserta el sistema jurídico y poner éste último al servicio de la
emancipación y no al servicio de unos cuantos. En México se ha vuelto muy
difícil el ejercicio de la profesión, pues en muchos, muchísimos casos los
problemas se arreglan a billetazos o a balazos; la ley y la justicia es
instrumento del mejor postor. Es desesperanzador.
Intento que la filosofía,
pues, no sea una materia solamente sino una disciplina; no tanto que aprendan filosofía,
sino que aprendan a filosofar y que en el trayecto descubran, su vocación, que
la profesión es eso, llevar por delante la creencia de que podemos solucionar
los problemas de manera pacífica y que podemos ayudar a crear las condiciones
de posibilidad del florecimiento de la dignidad de cada persona a la que
servimos, uno a la vez, un caso a la vez. Tal vez sea el inicio de una “filosofía
del derecho como filosofía aplicada”, en un futuro que tenga las herramientas.
El abismo está ahí, la herida
casi de muerte que tenemos como país es profunda y profusa –fosas y fosas
clandestinas lo atestiguan-, pero como dice uno de mis poetas favoritos de mi
infancia (Salvador Díaz Mirón):
“¡Oh Humanidad, oh Israel,
el bien prometido es cierto!
¡Mas Canaán es un huerto
adonde no ha de llegar
quien no sepa atravesar
el Mar Rojo y el desierto!
No hay comentarios:
Publicar un comentario